EL MAESTRO ENSEÑA, APRENDE,
DIALOGA Y CONVENCE CON LA PALABRA
Del ingreso a la universidad
Hugo Aboites*. La jornada, sábado 18 de abril de 2015
El Instituto Nacional
para la Evaluación de la Educación (INEE) y los organismos de
instrucción media superior y superior de nuevo ponen la evaluación en el
centro del debate. El primero, cuando señala que no son aptos para la
enseñanza más de la mitad de los normalistas que presentan el examen
para obtener una plaza de maestros. Se trata, como es sabido, de la
magia del examen. Si el maestro pregunta quién fue el padre de la
patria, sus estudiantes resultarán de excelencia pues en coro dirán
Miguel Hidalgo y Costilla. Pero si el mismo maestro, a los mismos estudiantes, el mismo día les pregunta quién fue la madre del padre de la patria, la respuesta será un profundo silencio sólo roto por aquella perspicaz estudiante –que nunca falta– que dirá:
la señora Costilla. Como todo examen, el del INEE expresa lo que ese instituto piensa que debe ser un buen profesor. Si ese examen se hiciera público después de su aplicación, podríamos conocer con precisión cuál es el perfil de maestro y de educación que contiene. Pero además, se dice, apto para la
enseñanza, usando este término decimonónico cercano a la verticalidad y el autoritarismo en proceso educativo: el maestro sabe, el alumno escucha. Se olvida que educar es un proceso colectivo de formación, con la contribución y coordinación profesional del docente. En ese sentido, bien se ha dicho que una propuesta de evaluación encierra todo un proyecto educativo.
Lo segundo, porque en la educación media superior y superior ocurre
algo semejante: para el ingreso, lo importante no es lo que el aspirante
ha hecho y aprendido en años pasados, sino, en muchos casos, qué piensa
el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior (Ceneval)
que deben saber. Sin embargo, hay buenas noticias. Poco a poco van
apareciendo cambios en el procedimiento de ingreso que reflejan la
insatisfacción con el uso de los exámenes estandarizados de opción
múltiple. Se busca tener en cuenta, en mayor o menor grado, qué es lo
que ha hecho el estudiante en años anteriores. En ese sentido, no es
suficiente, pero es un importante avance que se considere el promedio
escolar anterior como criterio de acceso. Por ejemplo, hace apenas unos
días ( La Jornada, 6/4/15, página 16), se informaba que en el
estado de México todos aquellos que logren un promedio alto en la
educación de nivel medio entrarán directamente a la educación superior;
sin examen, sin pago. Y con esto, el Edomex se inserta en la corriente
que desde hace tiempo está buscando alternativas de evaluación más
objetivas que los llamados exámenes
de confusión múltiple. En la Universidad Autónoma Metropolitana, desde hace siete años, el promedio se considera una variable adicional a la prueba para decidir el ingreso de un aspirante. En la práctica y en estudios detallados, el promedio se ha mostrado como un instrumento de selección mucho más amplio e integral, y bastante menos dependiente del género y posición socioeconómica del aspirante (al contrario de lo que ocurre con la evaluación estandarizada). Hay, además, experiencias donde el criterio ya no es siquiera un promedio alto, sino el simple hecho de aprobar o no el bachillerato.
En esta situación están universidades muy distintas. Por un
lado, la UNAM, que desde hace décadas cada año admite a la licenciatura a
decenas de miles de egresados de sus bachilleratos, sin examen, sin
cobros y sin requisito de un promedio alto. La Secretaría de Educación
Pública misma ha adoptado semejante criterio de admisión libre en el
caso de universidades interculturales. Y el ejemplo de la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México (UACM) es aún más interesante, porque al
criterio de libre acceso (igualdad de derecho para todos) añade el de
equidad, que se materializa en la admisión preferente para ciertos
grupos sociales: 1) los egresados de los planteles del Instituto de
Educación Media Superior (institución hermana y de proyecto educativo
afín); 2) los trabajadores de la UACM y sus hijos; 3) los internos de
los reclusorios del Distrito Federal a quienes se ofrecen estudios
profesionales (derecho, creación literaria y ciencia política y
administración urbana y, finalmente, los rechazados de otras
instituciones de educación superior que cada año demuestran su
compromiso con la educación y se organizan para luchar por ese derecho.
Lo más importante, sin embargo, está en el trasfondo, en el hecho
dramáticamente paradójico de que en pleno siglo del discurso y
legislación sobre derechos humanos el de la educación se siga
considerando un derecho básicamente individual que prácticamente nunca
se desdobla en una política social amplia que lo materialice. Y seguimos
señalando estos pequeñísimos avances, ante el escándalo de no pocos que
los consideran signo de una verdadera depravación y atentado contra la
moral casi religiosa de la calidad. Sin embargo y sobre todo en un
tiempo de crisis social es indispensable buscar formas más humanas y
civilizadas de dar paso a los jóvenes que buscan educación. Si los
admitimos a una formación de amplios horizontes, los estaremos
incorporando a una manera también distinta de verse a sí mismos y a su
nación. Algo urgente, porque, como tal vez podría decir el recordado
maestro Galeano, en los jóvenes y en los pobres se desangra el país.
*Rector de la UACM
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