jueves, 15 de junio de 2017

REIVINDICAR A LA POETA ALCIRA SOUST SCAFFO

EL MAESTRO ENSEÑA, APRENDE,
 DIALOGA Y CONVENCE CON LA PALABRA

Comienzan a llegar emotivos testimonios para reconstruir la figura de la poeta en documental
La jacaranda que plantó Alcira en CU, tan viva como su memoria
El historiador Alfredo López Austin entregó a Fernández Gabard la narración de cuando él y León-Portilla hallaron a la creadora en los baños de la Torre de Humanidades, tras los sucesos de 1968

Pretende recrear los años de 1953 a 1961, cuando estuvo casada con un doctor.
La poeta junto al pintor Rufino Tamayo, frente al mural del Museo de Antropología, en 1964, en una imagen proporcionada por Fernández Gabard
Uno de los dibujos que regalaba a sus familiares y amigos
Mónica Mateos-Vega. 
La Jornada. 
26 de junio de 2017, p. 6

Los historiadores Alfredo López Austin y Miguel León-Portilla, así como el poeta Rubén Bonifaz Nuño, rescataron a Alcira Soust Scaffo de su encierro de 12 días en los baños de la Torre de Humanidades, en Ciudad Universitaria, luego de la entrada del Ejército en septiembre de 1968.

El sobrino nieto de la poeta uruguaya, Agustín Fernández Gabard, quien prepara un documental acerca de la mujer que impactó con su presencia y su poesía a quienes la conocieron en México la segunda mitad del siglo pasado, comienza a recibir valiosos y emotivos testimonios para reconstruir la memoria de Mima, como la llamaban sus allegados.

Luego de dar a conocer a La Jornada (en la edición del 15 de junio de 2017) su intención de revalorar la vida, pero sobre todo la obra de la también activista, el realizador comparte la narración que le envió hace unos días López Austin: “Tras la ocupación de la Ciudad Universitaria, se procedió a recuperar los edificios. A la Torre de Humanidades fue el entonces coordinador de Humanidades, Rubén Bonifaz Nuño, a quien acompañamos, con la intención de revisar el séptimo piso, sede del Instituto de Investigaciones Históricas, Miguel León-Portilla, quien era su director, y yo, como subdirector.

“Iba con nosotros uno de los intendentes de la Facultad de Filosofía y Letras, de quien no recuerdo el apellido, pero a quien todos conocíamos como Pastor, pese a que en realidad se llamaba Manuel. Era Pastor un hombre de edad madura, alto, grueso, a quien todos sus compañeros respetábamos por su carácter serio y sencillo. Falleció poco tiempo después.

“Cuando los cuatro llegamos al séptimo piso, Bonifaz Nuño pidió a Pastor que revisara los sanitarios, en tanto que nosotros veíamos qué tantos daños tenía el resto del instituto. Pastor salió inmediatamente para avisarnos que había encontrado una mujer. Bonifaz le pidió que no tocara el cadáver. ‘Está viva’, respondió Pastor, por lo que acudimos a auxiliarla.

“Alcira salió caminando por su propio pie, aunque muy debilitada. Estaba aterrada, y nos decía insistentemente que ella no estaba inmiscuida en el movimiento, sino que había ido a la torre a una ceremonia en honor a León Felipe. Me le acerqué y le dije: ‘Alcira, no somos policías. Mírame, soy yo, Alfredo’; pero Alcira seguía fuera de sí.

“Pastor intervino para decir que iba inmediatamente por unos tacos, a lo que replicó Bonifaz Nuño: ‘¡No! ¡Vaya inmediatamente por unos médicos!’ Alcira se fue calmando poco a poco. Cuando Pastor volvió con la ayuda de los médicos, les entregamos a Alcira y confiamos en que todo iría bien.”

En otro correo electrónico, la profesora Virginia Meza Hernández le dijo a Fernández Gabard: “he leído en el periódico La Jornada el artículo sobre el documental que planea realizar acerca de Alcira. La conocí en la Facultad de Filosofía y Letras tal vez en 1974. Era un personaje bien conocido que recorría los pasillos de la facultad repartiendo sus poemas.

“En ese entonces yo enseñaba japonés en el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras, el cual se ubicaba dentro de esa facultad. Recuerdo que en una ocasión me dio un poema titulado La gota de agua y el caracol, y me pidió traducirlo al japonés, accedí a su deseo y se puso muy contenta cuando se lo entregué. Me encantaría hacerle llegar tanto las hojas de la poesía en español como la traducción.”


Ernesto Alvarado, egresado de la facultad de Sicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y quien fuera consejero universitario alumno en el periodo de la creación del movimiento estudiantil del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), a finales de los años 80, también envió su testimonio al documentalista: “Tuve la oportunidad de convivir con Alcira en el campus de Ciudad Universitaria, en algunas ocasiones me obsequió poemas y dibujos que hacía, lamentablemente no estoy seguro de conservarlos.

“Cuando terminábamos las sesiones del CEU, ya tarde y a veces de madrugada, en forma invariable ella nos esperaba para salir juntos de la torre de la rectoría. Con motivo de un año más de conmemoración de la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco, Alcira tuvo la hermosa idea de regalarnos una pequeña jacaranda para que la plantáramos en alguno de los jardines de la Facultad de Sicología, con el tierno mensaje que se trataría de un símbolo de hermandad de nuestras dos escuelas (Sicología y Filosofía), ya que la primera era parte de uno de los colegios de la segunda y en los años 70 adquirió la forma de facultad propia.

“Acarreamos en bolsas de plástico tierra del jardín de la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, al pie del busto de Dante Alighieri, caminamos entre charcos de agua los 300 o 400 metros que la separan de la Facultad de Sicología, y después de hacer varios agujeros que topaban con tuberías, por fin encontramos donde plantarla, la abonamos con poemas suyos escritos en papel revolución y en hojas bond, ‘para que se nutriera bien y creciera hermosa’. Y ahí quedó, afuera de la biblioteca de la Facultad de Sicología.

“La brigada de jardineros en ese 2 de octubre de tal vez 1987 la componíamos la propia Alcira, mi gran amigo Jorge Omar Gracía y Miriam Díaz, quien desde entonces es mi pareja y madre de mis dos hijos.

Hoy esa jacaranda luce enorme, sobrepasa con mucho el edificio más alto de esa escuela y cada que paso y la admiro, la memoria me lleva a tantos recuerdos de nuestra querida Alcira.

La poeta Margarita Castillo, quien conoció a Alcira en Ciudad Universitaria, su verdadero hogar en aquellos años posteriores al 68, también recuerda la relación entrañable que la uruguaya estableció con los árboles que rodeaban tanto la Facultad de Filosofía y Letras como la de Sicología: Los abonaba con sus poemas y a cada uno le ponía nombre; la jacaranda que plantó no es la única que guarda recuerdos de su paso por la UNAM, de donde nunca debió haberse ido, dijo a La Jornada.

Agustín sigue recibiendo comentarios y datos, sobre todo para reconstruir los años comprendidos entre 1953 y 1961, cuando Alcira estuvo casada con un doctor de apellido Santibáñez, en el mail: alcirayelcampo@gmail.com

26 aniversario luctuoso del artista
En un poema-dibujo, Alcira Soust Scaffo retrata al pintor, desde algún lugar de Montevideo
Rufino Tamayo del mundo

Mónica Mateos-Vega. La Jornada. 24 de junio de 2017, p. 2

Cuando el pintor Rufino Tamayo murió el 24 de junio de 1991, en algún lugar de Montevideo la poeta uruguaya Alcira Soust Scaffo le dedicó unas palabras, como ella acostumbraba hacerlo, escritas, o mejor dicho, dibujadas, de su puño y letra.

El texto comienza: Al pueblo de Uruguay y al pueblo de México/ de Oaxaca/ Rufino Tamayo del mundo/ tú no has muerto/ en México/ amanece la jornada/ Y es el día/ Y es el día/ y la noche/ hila noche/ el sol y la luna/ el sol hila luna/ las estrellas/ las estrellas/ el mito de Quetzalcóatl.

Después, la propia Alcira narra, siempre a su manera deshilachada, que fue la primera ayudante del artista, en 1964. Es entonces que adquiere identidad la chica que durante mucho tiempo nadie logró identificar en una foto donde Tamayo y ella están frente al mural Dualidad, que el oaxaqueño pintó para el Museo Nacional de Antropología.

La historia forma parte del mosaico que con paciencia construye el fotógrafo Agustín Fernández Gabard como parte de su documental Alcira y el campo de espigas, proyecto que comenzó en 2008 y cuyos detalles compartió con La Jornada (15/6/17).

¡Pinte! ¡Usted tiene mucho sentido del color!

Alcira Soust continúa en su poema-dibujo: “México 20 de julio de 1964/ Museo Nacional de Antropología/ En que trabajé con el maestro Rufino Tamayo fui su primera ayudante. Lo conocí en una exposición (en el 62) en la galería Misraki. Ya antes le había llevado (a su casa de Coyoacán) mis primeras dos obras (con flores y sandías) y ese día me dijo: ¡Pinte! ¡Usted tiene mucho sentido del color! Y en el 63-64 me ofrecí de ayudante… Prepare color y échele el sol. Y me dijo. Y me gané un sol. Trabajar trabajando de 9 a 9 durante 9 meses… y a los 5 años que escribo este poema (20 de julio del 64) hombres llegaron a la luna (20 de julio de 1969). Con Quetzalcóatl”.


Pocas son las personas que recuerdan que Tamayo haya tenido ayudantes. Al contrario, siempre tuvo fama de trabajar solo. Cuando realizó el encargo del mural para el nuevo Museo Nacional de Antropología, por instrucciones del presidente Adolfo López Mateos, de todos fue sabido que el pintor mandó colocar mamparas para que nadie lo viera trabajar.

Dualidad es un mural de gran colorido que se encuentra en el vestíbulo del auditorio Jaime Torres Bodet de ese recinto. Mide 3.53 por 12.21 metros y fue elaborado sobre tela de lino, tejida especialmente para que resistiera el peso de la pintura y las arenas que Tamayo empleó en su elaboración.

El maestro plasmó a una serpiente emplumada color turquesa, que representa a Quetzalcóatl en feroz lucha con un jaguar, en medio del cielo, en medio del día y la noche. En la cola del reptil emplumado se levanta el enorme sol amarillo que habría ayudado a pintar Alcira Soust.

En una de tantas versiones de su poema dedicado al mito de Quetzalcóatl, ella escribe: Haciendo círculo de jade se tiende la ciudad/ Irradiando rayos cual plumas de quetzal/ Está aquí México /Aquí entrelazo/ con flores/ a la nobleza/ a los amigos/ Alegráos. E incluye la indicación en la última palabra: poesía náhuatl.

También recuerda en ese texto, del 24 junio de 1991, fecha de la muerte de Tamayo, “a los amigos y compañeros del periódico La Jornada (…) Estoy con ustedes (los quiero mucho) Alcira”.

Agustín Fernández Gabard incluirá en su documental este fragmento algo difuso de la vida de Alcira como ayudante de Tamayo, sobre todo para recuperar al personaje también como artista, y mostrar la obra plástica que la poeta hacía, la cual, como era su costumbre, obsequiaba a sus seres queridos, a los que nunca olvidó no obstante la maraña de pensamientos que perturbaron sus últimos años.
Los dientes de Alcira 
Hermann Bellinghausen. La Jornada. Cultura, 19 de junio de 2017.
El año que llegué a Ciudad Universitaria, la UNAM no terminaba de reponerse del shock del 68. El gobierno de Luis Echeverría no la dejaba en paz, como si fuera su enemiga. Si lo pensaba el presidente debía ser cierto. En CU, único campus a la sazón, no eran tiempos pacíficos. Gente con metralletas deambulaba por las islas de la explanada y ocupaba varios edificios, entre ellos la Torre de Rectoría, en nombre de la revolución proletaria. Eran las huestes de Mario Falcón, presunto muralista que habitaba en CU impunemente, luego de defenestrar a su compañero de lucha Miguel Castro Bustos. En Economía se jactarían de tener un mural de Falcón. Jovencitos como de prepa le servían de escolta y administraban la cafetería de Rectoría adonde Huberto Batis gustaba trasladar sus clases. Las meseras se excusaban del servicio, los guerrilleros no sabían surtir pastelitos buenos.

El sindicalismo pisaba fuerte. Los normalistas pugnaban por el pase automático. El único rector de izquierda en la historia, Pablo González Casanova, había creado el Colegio de Ciencias y Humanidades y la UNAM caminaba hacia un inédito territorio progresista y autónomo en la estela de Javier Barros Sierra, el rector heroico. Y lo increíble: la izquierda (ultra, comunista, priísta) hizo caer a don Pablo, para beneplácito del presidente que pudo respirar con un rector afín, Guillermo Soberón (fundador de una dinastía ininterrumpida que llega hasta Enrique Graue).

La población picaresca abundaba entonces. Al Piojo Blanco, legendario cabecilla de la Liga 23 de Septiembre, lo mataban a cada rato por Copilco o en la explanada o en Tepito, aunque luego resultaba que el cadáver era de otro. Cualquiera podía ser espía de Gobernación. Por los salones del campus deambulaba un gigante de aspecto temible y voz de niño, Guama. Interrumpía las clases con su hermanitos y nos pedía lana. Greña larga, zaparrastroso profeta del fin del mundo, creo recordarlo con un bastón. Un limosnero espectacular en aquella Corte de los Milagros. Cruzártelo en los pasillos imponía. Una temporada te podías topar con el otrora temible Castro Bustos, barbón y en penitencia, jurando que Falcón, o la policía, o Rubén Figueroa, o la Liga, lo buscaban para matarlo.

Filosofía era un lugar que hoy llamaríamos bizarro y su figura más inquietante, la omnipresente Alcira Soust. Una mujer avejentada (ahora me entero que mayor que mi madre), siempre se cubría la parte inferior el rostro con una mano, un libro o una cuartilla de versos suyos o copiados a mano o máquina y te la ofrecía a cambio de unos centavos, una galleta, un café. Entrecana, mal peinada. Sus ojos azules y hondos mirándote derecho y luego desviándose. Todos la protegían y la evitaban. Una refugiada permanente, aunque venía del Uruguay anterior a la dictadura. Decía ser nuestra mamá. Nadie la tomaba en serio. Por los pasillos sin glamur de la facultad veías pasar a Bonifaz Nuño exageradamente bien vestido. En la cafetería, según Huberto Batis (el único maestro de verdad que tuve en Letras, y un maledicente de cuidado) Salvador Elizondo hacía sus conectes de mota.

Alcira y su hermana Sulma, alrededor de los años 40Foto cortesía Agustín Fernández

¿Por qué se cubre la boca Alcira?, la primera pregunta. Uno veía la respuesta: no tenía dientes y la boca se le retraía como en una anciana. Su mito la acompañaba: en septiembre de 1968, entró el Ejército a CU, evacuó a los chavos y la tropa evacuó en las aulas; Alcira se ocultó en un baño de la facultad durante 10 o 15 días, comiendo papel de baño y bebiendo del lavabo. Le dio escorbuto como a los náufragos, perdió los dientes y quedó tocada.

Aunque todavía no se llamaban infrarrealistas, alguno ya andaba por ahí. Roberto Bolaño ha venido a documentar que ellos sí le hicieron caso a Alcira y la dejaron adoptarlos. Tampoco da muestras de conocer su historia, aunque la hizo atractiva novela con Amuleto. La poesía estaba en revulsión contra la estética dominante. No recuerdo si fue José Vicente Anaya o Gordon Ross el que proclamó un día en la cara de Batis: La única poesía que importa es la que escriben los locos con su excremento en los muros del manicomio. Eran años de mierda, ¿por qué no iba la poesía a llegarle a la mierda?

Lo latinoamericano rifaba esperanzas, con Allende presidente, música andina y Cuba firme, compañero. La mitología de Alcira, admiradora de León Felipe, en algún punto embona con Pepe Revueltas, quizá porque eran amigos, por su historial de derrotados o por los dientes. Los de Revueltas estaban en ruinas, pero se sostenían. Se armó una solidaridad, se junto dinero (creo que más de una vez, y Alcira lo usaba en otra cosa) para que se pusiera dentadura, hasta que por fin sí. Creo, no estoy seguro.

Dejé Filos. Lo más memorable fue irme de pinta a los ensayos de Eduardo Mata y la Filarmónica en el Che Guevara. O quizá los jóvenes armados allí afuerita. O el amor incondicional, absurdo, de Alcira por la poesía. Tres años después, hacia 1975, recaí en Filos por motivos de índole romántica y Alcira seguía ahí, más vieja y menos desintegrada. Parecía que iba a durar para siempre.

Los dientes de Alcira
Hermann Bellinghausen
E
l año que llegué a Ciudad Universitaria, la UNAM no terminaba de reponerse del shock del 68. El gobierno de Luis Echeverría no la dejaba en paz, como si fuera su enemiga. Si lo pensaba el presidente debía ser cierto. En CU, único campus a la sazón, no eran tiempos pacíficos. Gente con metralletas deambulaba por las islas de la explanada y ocupaba varios edificios, entre ellos la Torre de Rectoría, en nombre de la revolución proletaria. Eran las huestes de Mario Falcón, presunto muralista que habitaba en CU impunemente, luego de defenestrar a su compañero de lucha Miguel Castro Bustos. En Economía se jactarían de tener un mural de Falcón. Jovencitos como de prepa le servían de escolta y administraban la cafetería de Rectoría adonde Huberto Batis gustaba trasladar sus clases. Las meseras se excusaban del servicio, los guerrilleros no sabían surtir pastelitos buenos.
El sindicalismo pisaba fuerte. Los normalistas pugnaban por el pase automático. El único rector de izquierda en la historia, Pablo González Casanova, había creado el Colegio de Ciencias y Humanidades y la UNAM caminaba hacia un inédito territorio progresista y autónomo en la estela de Javier Barros Sierra, el rector heroico. Y lo increíble: la izquierda (ultra, comunista, priísta) hizo caer a don Pablo, para beneplácito del presidente que pudo respirar con un rector afín, Guillermo Soberón (fundador de una dinastía ininterrumpida que llega hasta Enrique Graue).
La población picaresca abundaba entonces. Al Piojo Blanco, legendario cabecilla de la Liga 23 de Septiembre, lo mataban a cada rato por Copilco o en la explanada o en Tepito, aunque luego resultaba que el cadáver era de otro. Cualquiera podía ser espía de Gobernación. Por los salones del campus deambulaba un gigante de aspecto temible y voz de niño, Guama. Interrumpía las clases con su hermanitos y nos pedía lana. Greña larga, zaparrastroso profeta del fin del mundo, creo recordarlo con un bastón. Un limosnero espectacular en aquella Corte de los Milagros. Cruzártelo en los pasillos imponía. Una temporada te podías topar con el otrora temible Castro Bustos, barbón y en penitencia, jurando que Falcón, o la policía, o Rubén Figueroa, o la Liga, lo buscaban para matarlo.
Filosofía era un lugar que hoy llamaríamos bizarro y su figura más inquietante, la omnipresente Alcira Soust. Una mujer avejentada (ahora me entero que mayor que mi madre), siempre se cubría la parte inferior el rostro con una mano, un libro o una cuartilla de versos suyos o copiados a mano o máquina y te la ofrecía a cambio de unos centavos, una galleta, un café. Entrecana, mal peinada. Sus ojos azules y hondos mirándote derecho y luego desviándose. Todos la protegían y la evitaban. Una refugiada permanente, aunque venía del Uruguay anterior a la dictadura. Decía ser nuestra mamá. Nadie la tomaba en serio. Por los pasillos sin glamur de la facultad veías pasar a Bonifaz Nuño exageradamente bien vestido. En la cafetería, según Huberto Batis (el único maestro de verdad que tuve en Letras, y un maledicente de cuidado) Salvador Elizondo hacía sus conectes de mota.
Foto
Alcira y su hermana Sulma, alrededor de los años 40Foto cortesía Agustín Fernández
¿Por qué se cubre la boca Alcira?, la primera pregunta. Uno veía la respuesta: no tenía dientes y la boca se le retraía como en una anciana. Su mito la acompañaba: en septiembre de 1968, entró el Ejército a CU, evacuó a los chavos y la tropa evacuó en las aulas; Alcira se ocultó en un baño de la facultad durante 10 o 15 días, comiendo papel de baño y bebiendo del lavabo. Le dio escorbuto como a los náufragos, perdió los dientes y quedó tocada.
Aunque todavía no se llamaban infrarrealistas, alguno ya andaba por ahí. Roberto Bolaño ha venido a documentar que ellos sí le hicieron caso a Alcira y la dejaron adoptarlos. Tampoco da muestras de conocer su historia, aunque la hizo atractiva novela con Amuleto. La poesía estaba en revulsión contra la estética dominante. No recuerdo si fue José Vicente Anaya o Gordon Ross el que proclamó un día en la cara de Batis: La única poesía que importa es la que escriben los locos con su excremento en los muros del manicomio. Eran años de mierda, ¿por qué no iba la poesía a llegarle a la mierda?
Lo latinoamericano rifaba esperanzas, con Allende presidente, música andina y Cuba firme, compañero. La mitología de Alcira, admiradora de León Felipe, en algún punto embona con Pepe Revueltas, quizá porque eran amigos, por su historial de derrotados o por los dientes. Los de Revueltas estaban en ruinas, pero se sostenían. Se armó una solidaridad, se junto dinero (creo que más de una vez, y Alcira lo usaba en otra cosa) para que se pusiera dentadura, hasta que por fin sí. Creo, no estoy seguro.
Dejé Filos. Lo más memorable fue irme de pinta a los ensayos de Eduardo Mata y la Filarmónica en el Che Guevara. O quizá los jóvenes armados allí afuerita. O el amor incondicional, absurdo, de Alcira por la poesía. Tres años después, hacia 1975, recaí en Filos por motivos de índole romántica y Alcira seguía ahí, más vieja y menos desintegrada. Parecía que iba a durar para siempre.
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Los dientes de Alcira
Hermann Bellinghausen
E
l año que llegué a Ciudad Universitaria, la UNAM no terminaba de reponerse del shock del 68. El gobierno de Luis Echeverría no la dejaba en paz, como si fuera su enemiga. Si lo pensaba el presidente debía ser cierto. En CU, único campus a la sazón, no eran tiempos pacíficos. Gente con metralletas deambulaba por las islas de la explanada y ocupaba varios edificios, entre ellos la Torre de Rectoría, en nombre de la revolución proletaria. Eran las huestes de Mario Falcón, presunto muralista que habitaba en CU impunemente, luego de defenestrar a su compañero de lucha Miguel Castro Bustos. En Economía se jactarían de tener un mural de Falcón. Jovencitos como de prepa le servían de escolta y administraban la cafetería de Rectoría adonde Huberto Batis gustaba trasladar sus clases. Las meseras se excusaban del servicio, los guerrilleros no sabían surtir pastelitos buenos.
El sindicalismo pisaba fuerte. Los normalistas pugnaban por el pase automático. El único rector de izquierda en la historia, Pablo González Casanova, había creado el Colegio de Ciencias y Humanidades y la UNAM caminaba hacia un inédito territorio progresista y autónomo en la estela de Javier Barros Sierra, el rector heroico. Y lo increíble: la izquierda (ultra, comunista, priísta) hizo caer a don Pablo, para beneplácito del presidente que pudo respirar con un rector afín, Guillermo Soberón (fundador de una dinastía ininterrumpida que llega hasta Enrique Graue).
La población picaresca abundaba entonces. Al Piojo Blanco, legendario cabecilla de la Liga 23 de Septiembre, lo mataban a cada rato por Copilco o en la explanada o en Tepito, aunque luego resultaba que el cadáver era de otro. Cualquiera podía ser espía de Gobernación. Por los salones del campus deambulaba un gigante de aspecto temible y voz de niño, Guama. Interrumpía las clases con su hermanitos y nos pedía lana. Greña larga, zaparrastroso profeta del fin del mundo, creo recordarlo con un bastón. Un limosnero espectacular en aquella Corte de los Milagros. Cruzártelo en los pasillos imponía. Una temporada te podías topar con el otrora temible Castro Bustos, barbón y en penitencia, jurando que Falcón, o la policía, o Rubén Figueroa, o la Liga, lo buscaban para matarlo.
Filosofía era un lugar que hoy llamaríamos bizarro y su figura más inquietante, la omnipresente Alcira Soust. Una mujer avejentada (ahora me entero que mayor que mi madre), siempre se cubría la parte inferior el rostro con una mano, un libro o una cuartilla de versos suyos o copiados a mano o máquina y te la ofrecía a cambio de unos centavos, una galleta, un café. Entrecana, mal peinada. Sus ojos azules y hondos mirándote derecho y luego desviándose. Todos la protegían y la evitaban. Una refugiada permanente, aunque venía del Uruguay anterior a la dictadura. Decía ser nuestra mamá. Nadie la tomaba en serio. Por los pasillos sin glamur de la facultad veías pasar a Bonifaz Nuño exageradamente bien vestido. En la cafetería, según Huberto Batis (el único maestro de verdad que tuve en Letras, y un maledicente de cuidado) Salvador Elizondo hacía sus conectes de mota.
Foto
Alcira y su hermana Sulma, alrededor de los años 40Foto cortesía Agustín Fernández
¿Por qué se cubre la boca Alcira?, la primera pregunta. Uno veía la respuesta: no tenía dientes y la boca se le retraía como en una anciana. Su mito la acompañaba: en septiembre de 1968, entró el Ejército a CU, evacuó a los chavos y la tropa evacuó en las aulas; Alcira se ocultó en un baño de la facultad durante 10 o 15 días, comiendo papel de baño y bebiendo del lavabo. Le dio escorbuto como a los náufragos, perdió los dientes y quedó tocada.
Aunque todavía no se llamaban infrarrealistas, alguno ya andaba por ahí. Roberto Bolaño ha venido a documentar que ellos sí le hicieron caso a Alcira y la dejaron adoptarlos. Tampoco da muestras de conocer su historia, aunque la hizo atractiva novela con Amuleto. La poesía estaba en revulsión contra la estética dominante. No recuerdo si fue José Vicente Anaya o Gordon Ross el que proclamó un día en la cara de Batis: La única poesía que importa es la que escriben los locos con su excremento en los muros del manicomio. Eran años de mierda, ¿por qué no iba la poesía a llegarle a la mierda?
Lo latinoamericano rifaba esperanzas, con Allende presidente, música andina y Cuba firme, compañero. La mitología de Alcira, admiradora de León Felipe, en algún punto embona con Pepe Revueltas, quizá porque eran amigos, por su historial de derrotados o por los dientes. Los de Revueltas estaban en ruinas, pero se sostenían. Se armó una solidaridad, se junto dinero (creo que más de una vez, y Alcira lo usaba en otra cosa) para que se pusiera dentadura, hasta que por fin sí. Creo, no estoy seguro.
Dejé Filos. Lo más memorable fue irme de pinta a los ensayos de Eduardo Mata y la Filarmónica en el Che Guevara. O quizá los jóvenes armados allí afuerita. O el amor incondicional, absurdo, de Alcira por la poesía. Tres años después, hacia 1975, recaí en Filos por motivos de índole romántica y Alcira seguía ahí, más vieja y menos desintegrada. Parecía que iba a durar para siempre.
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Los dientes de Alcira
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El sindicalismo pisaba fuerte. Los normalistas pugnaban por el pase automático. El único rector de izquierda en la historia, Pablo González Casanova, había creado el Colegio de Ciencias y Humanidades y la UNAM caminaba hacia un inédito territorio progresista y autónomo en la estela de Javier Barros Sierra, el rector heroico. Y lo increíble: la izquierda (ultra, comunista, priísta) hizo caer a don Pablo, para beneplácito del presidente que pudo respirar con un rector afín, Guillermo Soberón (fundador de una dinastía ininterrumpida que llega hasta Enrique Graue).
La población picaresca abundaba entonces. Al Piojo Blanco, legendario cabecilla de la Liga 23 de Septiembre, lo mataban a cada rato por Copilco o en la explanada o en Tepito, aunque luego resultaba que el cadáver era de otro. Cualquiera podía ser espía de Gobernación. Por los salones del campus deambulaba un gigante de aspecto temible y voz de niño, Guama. Interrumpía las clases con su hermanitos y nos pedía lana. Greña larga, zaparrastroso profeta del fin del mundo, creo recordarlo con un bastón. Un limosnero espectacular en aquella Corte de los Milagros. Cruzártelo en los pasillos imponía. Una temporada te podías topar con el otrora temible Castro Bustos, barbón y en penitencia, jurando que Falcón, o la policía, o Rubén Figueroa, o la Liga, lo buscaban para matarlo.
Filosofía era un lugar que hoy llamaríamos bizarro y su figura más inquietante, la omnipresente Alcira Soust. Una mujer avejentada (ahora me entero que mayor que mi madre), siempre se cubría la parte inferior el rostro con una mano, un libro o una cuartilla de versos suyos o copiados a mano o máquina y te la ofrecía a cambio de unos centavos, una galleta, un café. Entrecana, mal peinada. Sus ojos azules y hondos mirándote derecho y luego desviándose. Todos la protegían y la evitaban. Una refugiada permanente, aunque venía del Uruguay anterior a la dictadura. Decía ser nuestra mamá. Nadie la tomaba en serio. Por los pasillos sin glamur de la facultad veías pasar a Bonifaz Nuño exageradamente bien vestido. En la cafetería, según Huberto Batis (el único maestro de verdad que tuve en Letras, y un maledicente de cuidado) Salvador Elizondo hacía sus conectes de mota.
Foto
Alcira y su hermana Sulma, alrededor de los años 40Foto cortesía Agustín Fernández
¿Por qué se cubre la boca Alcira?, la primera pregunta. Uno veía la respuesta: no tenía dientes y la boca se le retraía como en una anciana. Su mito la acompañaba: en septiembre de 1968, entró el Ejército a CU, evacuó a los chavos y la tropa evacuó en las aulas; Alcira se ocultó en un baño de la facultad durante 10 o 15 días, comiendo papel de baño y bebiendo del lavabo. Le dio escorbuto como a los náufragos, perdió los dientes y quedó tocada.
Aunque todavía no se llamaban infrarrealistas, alguno ya andaba por ahí. Roberto Bolaño ha venido a documentar que ellos sí le hicieron caso a Alcira y la dejaron adoptarlos. Tampoco da muestras de conocer su historia, aunque la hizo atractiva novela con Amuleto. La poesía estaba en revulsión contra la estética dominante. No recuerdo si fue José Vicente Anaya o Gordon Ross el que proclamó un día en la cara de Batis: La única poesía que importa es la que escriben los locos con su excremento en los muros del manicomio. Eran años de mierda, ¿por qué no iba la poesía a llegarle a la mierda?
Lo latinoamericano rifaba esperanzas, con Allende presidente, música andina y Cuba firme, compañero. La mitología de Alcira, admiradora de León Felipe, en algún punto embona con Pepe Revueltas, quizá porque eran amigos, por su historial de derrotados o por los dientes. Los de Revueltas estaban en ruinas, pero se sostenían. Se armó una solidaridad, se junto dinero (creo que más de una vez, y Alcira lo usaba en otra cosa) para que se pusiera dentadura, hasta que por fin sí. Creo, no estoy seguro.
Dejé Filos. Lo más memorable fue irme de pinta a los ensayos de Eduardo Mata y la Filarmónica en el Che Guevara. O quizá los jóvenes armados allí afuerita. O el amor incondicional, absurdo, de Alcira por la poesía. Tres años después, hacia 1975, recaí en Filos por motivos de índole romántica y Alcira seguía ahí, más vieja y menos desintegrada. Parecía que iba a durar para siempre.
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Los dientes de Alcira
Hermann Bellinghausen
E
l año que llegué a Ciudad Universitaria, la UNAM no terminaba de reponerse del shock del 68. El gobierno de Luis Echeverría no la dejaba en paz, como si fuera su enemiga. Si lo pensaba el presidente debía ser cierto. En CU, único campus a la sazón, no eran tiempos pacíficos. Gente con metralletas deambulaba por las islas de la explanada y ocupaba varios edificios, entre ellos la Torre de Rectoría, en nombre de la revolución proletaria. Eran las huestes de Mario Falcón, presunto muralista que habitaba en CU impunemente, luego de defenestrar a su compañero de lucha Miguel Castro Bustos. En Economía se jactarían de tener un mural de Falcón. Jovencitos como de prepa le servían de escolta y administraban la cafetería de Rectoría adonde Huberto Batis gustaba trasladar sus clases. Las meseras se excusaban del servicio, los guerrilleros no sabían surtir pastelitos buenos.
El sindicalismo pisaba fuerte. Los normalistas pugnaban por el pase automático. El único rector de izquierda en la historia, Pablo González Casanova, había creado el Colegio de Ciencias y Humanidades y la UNAM caminaba hacia un inédito territorio progresista y autónomo en la estela de Javier Barros Sierra, el rector heroico. Y lo increíble: la izquierda (ultra, comunista, priísta) hizo caer a don Pablo, para beneplácito del presidente que pudo respirar con un rector afín, Guillermo Soberón (fundador de una dinastía ininterrumpida que llega hasta Enrique Graue).
La población picaresca abundaba entonces. Al Piojo Blanco, legendario cabecilla de la Liga 23 de Septiembre, lo mataban a cada rato por Copilco o en la explanada o en Tepito, aunque luego resultaba que el cadáver era de otro. Cualquiera podía ser espía de Gobernación. Por los salones del campus deambulaba un gigante de aspecto temible y voz de niño, Guama. Interrumpía las clases con su hermanitos y nos pedía lana. Greña larga, zaparrastroso profeta del fin del mundo, creo recordarlo con un bastón. Un limosnero espectacular en aquella Corte de los Milagros. Cruzártelo en los pasillos imponía. Una temporada te podías topar con el otrora temible Castro Bustos, barbón y en penitencia, jurando que Falcón, o la policía, o Rubén Figueroa, o la Liga, lo buscaban para matarlo.
Filosofía era un lugar que hoy llamaríamos bizarro y su figura más inquietante, la omnipresente Alcira Soust. Una mujer avejentada (ahora me entero que mayor que mi madre), siempre se cubría la parte inferior el rostro con una mano, un libro o una cuartilla de versos suyos o copiados a mano o máquina y te la ofrecía a cambio de unos centavos, una galleta, un café. Entrecana, mal peinada. Sus ojos azules y hondos mirándote derecho y luego desviándose. Todos la protegían y la evitaban. Una refugiada permanente, aunque venía del Uruguay anterior a la dictadura. Decía ser nuestra mamá. Nadie la tomaba en serio. Por los pasillos sin glamur de la facultad veías pasar a Bonifaz Nuño exageradamente bien vestido. En la cafetería, según Huberto Batis (el único maestro de verdad que tuve en Letras, y un maledicente de cuidado) Salvador Elizondo hacía sus conectes de mota.
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Alcira y su hermana Sulma, alrededor de los años 40Foto cortesía Agustín Fernández
¿Por qué se cubre la boca Alcira?, la primera pregunta. Uno veía la respuesta: no tenía dientes y la boca se le retraía como en una anciana. Su mito la acompañaba: en septiembre de 1968, entró el Ejército a CU, evacuó a los chavos y la tropa evacuó en las aulas; Alcira se ocultó en un baño de la facultad durante 10 o 15 días, comiendo papel de baño y bebiendo del lavabo. Le dio escorbuto como a los náufragos, perdió los dientes y quedó tocada.
Aunque todavía no se llamaban infrarrealistas, alguno ya andaba por ahí. Roberto Bolaño ha venido a documentar que ellos sí le hicieron caso a Alcira y la dejaron adoptarlos. Tampoco da muestras de conocer su historia, aunque la hizo atractiva novela con Amuleto. La poesía estaba en revulsión contra la estética dominante. No recuerdo si fue José Vicente Anaya o Gordon Ross el que proclamó un día en la cara de Batis: La única poesía que importa es la que escriben los locos con su excremento en los muros del manicomio. Eran años de mierda, ¿por qué no iba la poesía a llegarle a la mierda?
Lo latinoamericano rifaba esperanzas, con Allende presidente, música andina y Cuba firme, compañero. La mitología de Alcira, admiradora de León Felipe, en algún punto embona con Pepe Revueltas, quizá porque eran amigos, por su historial de derrotados o por los dientes. Los de Revueltas estaban en ruinas, pero se sostenían. Se armó una solidaridad, se junto dinero (creo que más de una vez, y Alcira lo usaba en otra cosa) para que se pusiera dentadura, hasta que por fin sí. Creo, no estoy seguro.
Dejé Filos. Lo más memorable fue irme de pinta a los ensayos de Eduardo Mata y la Filarmónica en el Che Guevara. O quizá los jóvenes armados allí afuerita. O el amor incondicional, absurdo, de Alcira por la poesía. Tres años después, hacia 1975, recaí en Filos por motivos de índole romántica y Alcira seguía ahí, más vieja y menos desintegrada. Parecía que iba a durar para siempre.
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En recuerdo de Alcira Soust

Elena Poniatowska. La Jornada. El Correo Ilustrado, 16 de junio de 2017.
Leí con emoción el excelente reportaje de Mónica Mateos sobre Alcira Soust. El día del entierro de Rosario Castellanos, traída de Israel donde murió el 7 de agosto de 1974, una mujer alta, el pelo empapado, repartió bajo una fuerte lluvia poemas de Rosario. Se había tomado la molestia de escribir a máquina uno por uno y los tendía bajo la lluvia. Estaba tan mojada que era difícil no confundir sus lágrimas con las gotas de lluvia. Después supe que el 18 de septiembre de 1968, cuando el ejército tomó Ciudad Universitaria, Alcira, aterrada, se encerró en el baño de mujeres de la Torre de Humanidades. ¿Por qué? Era uruguaya y como extranjera tenía prohibido participar en actos políticos. Alaíde Foppa me lo advirtió varias veces: Te pueden aplicar el artículo 33. El gran José Revueltas habla mucho de ella en México 68, juventud y revolución. Roberto Bolaño la convirtió en el personaje principal de su novela corta Amuleto, pero no le hace justicia. Nadie sabía su apellido. Los poemas parecían sudarios de tanta agua y aunque tendí uno en el respaldo del asiento del coche, las letras fueron borrándose. También así se fue borrando la mirada desolada de Alcira por quien pregunté y me respondieron: Está loquita.
 Misterios de una artista
Su trascendencia va más allá de que en el 68 se ocultó 12 días en un baño de la UNAM
Avanza proyecto para reivindicar a la poeta Alcira Soust Scaffo
Agustín Fernández, sobrino nieto de la escritora uruguaya, recopila fragmentos de la vida del personaje y prepara un documental
Nadie la conoció bien, no obstante todas las historias, mitos y leyendas que existen alrededor de su tía abuela, explica en entrevista con La Jornada


Mónica Mateos-Vega. La Jornada. 15 de junio de 2017, p. 3
¿Quién fue Alcira Soust Scaffo?
La pregunta desata un mosaico de respuestas: la madre de la poesía joven mexicana, el espíritu de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la musa de los escritores infrarrealistas, la ayudante de Rufino Tamayo en la elaboración de alguno de sus murales.
La mujer uruguaya que en 1968, durante la ocupación de la UNAM por el Ejército, luego de resistir leyendo a todo pulmón poemas de León Felipe, permaneció oculta 12 días en un baño, o la chica bohemia Auxilio Lacouture, de 40 años, alta, delgada, amante de la poesía y el teatro que describe el chileno Roberto Bolaño en sus novelas Los detectives salvajes y Amuleto.
La escritora que el sup Marcos, en una carta dirigida a Juan Villoro, ubica a la altura de Pablo Neruda, Juan Rulfo, Eduardo Galeano, Paul Eluard y Federico García Lorca es un misterio cuyos fragmentos intenta reconstruir su sobrino nieto, el fotógrafo y documentalista uruguayo Agustín Fernández Gabard (Montevideo, 1982), quien prepara la película Alcira y el campo de espigas.
En entrevista con La Jornada, el realizador dice que no obstante todas las historias, mitos y leyendas en torno a la poeta, nadie la conoció bien; “yo tampoco. No son muchos los recuerdos concretos que tengo de la tía Mima, ella volvió de México en 1988 (yo tenía seis años) y perdimos todo tipo de contacto en 1993.
“La recuerdo jugando con mi hermano menor, cantándole Las Mañanitas. Recuerdo su voz, recuerdo sus murales que mi madre guardó en mi propio clóset y no me dejaba sacar de sus tubos de cartón por miedo a estropearlos. Creo que el recuerdo más concreto que tengo es el de mi madre diciéndome: ‘la tía Mima no está bien, es que en México estuvo mucho tiempo encerrada en un baño’.


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La interrogante, ¿quién fue Alcira Soust Scaffo? desata múltiples respuestas: la madre de la poesía joven mexicana, el espíritu de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM hasta la chica bohemia descrita por el narrador chileno Roberto Bolaño en sus novelas Los detectives salvajes y Amuleto. Foto cortesía de Agustín Fernández Gabard.

“Esa explicación no hacía más que confundirme, ¿por qué se encerró en un baño?, ¿quién la encerró en un baño?, ¿encerrarse en un baño te vuelve loco?

“Esta tía abuela que nos regalaba poemas, dibujos, que vivía un tiempo con nosotros e iba rotando en casa de familiares, que se fue a vivir a una pensión en el centro, un día desapareció. Se hizo la denuncia, los informativos la anunciaron en el segmento de personas desaparecidas, pero no volvimos a tener noticias de ella.

“Mi abuela pensaba que era capaz de haber regresado a México sin decirnos nada, o que se había ido a Buenos Aires, Argentina, con amigos del teatro; los demás no éramos tan optimistas.

“En mi cabeza la tía Mima es una historia inconclusa, un agujero en la historia de mi familia. Conversaciones con mi madre, con mi abuela, muchos testimonios, así como cartas y libros que dejó, fue lo que me permitió ir armando al personaje en mi cabeza, lo que construirá esta película. Un vacío que me siento obligado a llenar.”

Agustín Fernández Gabard comenzó el desarrollo de su documental en 2008. Es un proyecto “que tiene un importante porcentaje de su financiación asegurada y estamos en diálogo con una productora mexicana para coproducir.

“Mi idea principal es poder contar la vida de Alcira de forma más completa de lo que se sabe, pues por lo general se limita a su historia en la UNAM, que si bien son años cruciales en su vida, me parece que para entenderla mejor hay que contar los años previos y posteriores.

La investigación avanza en forma paralela al proyecto del documental, quizás los puntos más fuertes fueron encontrar la partida de defunción y el lugar en el que fue enterrada. Como al momento de su fallecimiento había perdido contacto con mi familia y amigos, sus restos terminaron en el osario general del cementerio norte de Montevideo.
Misterios de una artista
Cajones de muchas casas resguardan su poesía, dice cineasta
Sorprende cómo Alcira Soust dejó tanta huella en México
Me interesa la poeta, la activista, la mujer que fue a contracorriente, libre y su solitario final en Uruguay, sostiene Fernández Gabard


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Uno de los primeros poemas de Alcira Soust Scaffo. Foto cortesía de Agustín Fernández Gabard.

Mónica Mateos-Vega. La Jornada. 15 de junio de 2017, p. 4
El documentalista Agustín Fernández Gabard, sobrino nieto de la poeta Alcira Soust Scaffo, considera que el personaje descrito por Roberto Bolaño como Auxilio Lacouture en sus novelas Los detectives salvajes y Amuleto es muy representativo de la Alcira que he ido descubriendo y de los pocos recuerdos que tengo de ella cuando volvió a Uruguay.
El realizador, quien prepara un documental acerca de la mujer que en los años 70 del siglo pasado repartía sus poemas a los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (n. del e. aún te recuerdo Alcira, compartimos conversaciones, mitines, marchas, y la rica pasta que tu cocinabas en la casa de Mireya Cueto), explica que Bolaño captó la energía que Alcira tenía para mantenerse activa, no sólo escribiendo, sino yendo a marchas, “contagiando a quien se cruzase en su camino, hasta el detalle de taparse la boca al hablar para esconder su gastada dentadura. En lo que seguramente no se parece es en el lado más complicado de Alcira, su inestabilidad, sus paranoias, ese lado casi autodestructivo que la llevó a aislarse al punto de perder todo contacto con su gente en Uruguay.
“La historia de Alcira está llena de misterios, al punto de que estoy seguro que será imposible develarlos todos. El principal bache que tenemos ahorita está en la Alcira de finales de los años 50 del siglo pasado, cuando ella terminaba sus estudios en el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (Crefal), y todavía no era la Alcira de la UNAM.
En esa época ella estuvo casada con un médico de nombre Guillermo Santibáñez. Sería maravilloso poder encontrar a parte de esa familia, a algún sobrino o hijo de él que pueda contarnos sobre esos años.
La fecha de nacimiento de Alcira Soust, según su pasaporte, es el 4 de marzo de 1924, continúa su sobrino; la de su muerte, según el acta de defunción hallada, es el 30 de junio de 1997.
México se convirtió en su patria. Alcira se erigió en una mexicana nacida en Uruguay, por más que llega a México siendo una mujer formada, una destacada maestra, México la adopta y ella adopta a México. Su lugar en el mundo termina siendo Ciudad de México y la UNAM, por eso todo el material (fotos, cartas, documentos) que he ido recopilando en la investigación va a quedar en resguardo de la esa casa de estudios una vez que concluya el documental, el primero que se realiza sobre Alcira.
Ningún libro recoge la poesía de la autora uruguaya
Fernández Gabard sostiene que no existe ningún libro publicado con la poesía de Alcira Soust, la cual ella escribía a mano o a máquina y repartía a todo el que quisiera compartir su lectura. También mandaba hacer librillos que editaba con recursos propios.
Los que la conocieron en Ciudad Universitaria conservan el bello recuerdo de una mujer ya madura, que vagaba por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras. A veces alguien le invitaba un café o la comida, y se cuenta que muchos se cooperaron para comprarle el pasaje de regreso a su país.


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El principal bache para reconstruir la historia de Alcira Soust Scaffo (en la imagen) está en los años finales de la década de los 50 del siglo pasado, expresa el sobrino nieto de la poetaFoto cortesía de Agustín Fernández Gabard

Luego de la experiencia de permanecer encerrada 12 días con sus noches en un baño de ese plantel en la UNAM, donde afirman que debió comer papel sanitario y tomar agua de ahí, le diagnosticaron sicosis delirante crónica de características paranoides, se desprendió de las pocas cosas que tenía y se fue perdiendo en un país ajeno, narra Agustín Fernández Gabard.

Añade que con León Felipe, Bolaño y otros escritores de la época “compartían largas tertulias y borracheras. Sin embargo, mi tía siempre tuvo una parte misteriosa, lugares a los que nadie accedía. Maestra, nacida en Durazno, Uruguay, había viajado a México para profundizar sus estudios al tiempo que, en sus tardes libres, se perdía entre los laberintos de la poesía que ella misma escribía.

“Aquí es donde me interesa detenerme: en la poeta. También en la activista, la mujer que fue a contracorriente, la mujer libre y su solitario final en Uruguay. Alcira y el campo de espigas es un retrato intimista, construido a partir de fragmentos de sus amigos de México y Uruguay, de su familia, la mía.

Una de las cosas más fascinantes que veo de Alcira ha sido su capacidad de no parar de hacer cosas; fue maestra, poeta, artista, traducía poesía del francés al español, todo esto siempre con un gran compromiso social. Pero más que eso, me ha sorprendido cómo dejó tanta huella, cómo hasta gente que la vio una o dos veces la recuerda con aprecio e interés.

Además de su poesía existen su tesis de grado del Crefal, titulada La recreación en la estructura de la personalidad (1956), así como algunas cartas, y un pequeño diario de algunos días en Uruguay.

Alcira escribió hasta sus últimos días; su obra, o sea su huella, permanece guardada en los cajones de muchas casas. Como ella, que supo encontrar refugio cada día en cada casa, banco, árbol o azotea, mi película busca revisitar esas cobijas, para construir un mosaico de la mujer que supo y pudo ser, al tiempo que nos preguntaremos sobre lo que quiere decir vivir habiéndose perdido a una misma, o quizá, plasmar quién fue la mujer que nunca pudimos comprender.

Agustín Fernández Gabard como fotógrafo ha colaborado con los diarios La Diaria, El Observador, La República, así como con organizaciones como Greenpeace Argentina y Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, entre otras. Realizó las exposiciones fotográficas Recuperando sonrisas, Obreros de la paz y Montevideo-Inside Out.

Cualquier información y comentario sobre los años mexicanos de Alcira los recibe el cineasta en el siguiente correo electrónico: alcirayelcampo@gmail.com.




La Izquierda Diario

Docente de la UNAM | México @SergioMoissens

Martes 10 de noviembre de 2015 | Edición del día









 
Enrique Salazar Peralta  recuerda que Alcira era como una especie de ángel con “una relación espiritual con la tierra que respondía a su mandato. Y ella no lo sabía.” El autor le recuerda pues místicamente ella hacía todo un acontecimiento permanente que cambiaba el curso normal de las cosas.

Poco se sabe de Alcira Soust Scaffo. Se sabe que era uruguaya y que era muy solidaria. Una trabajadora del stunam recuerda con cariño que en 1972 la poeta se sumó a la lucha de los trabajadores en huelga” “la conocí, repito, por su solidaridad en aquella huelga durante la cual ayudó a cuidar nuestras instalaciones.” Walter Benjamin escribió en sus Tesis sobre la historia que la historia también debe buscar ¨redimir a los vencidos”. Alcira, en su condición de poeta, es poco recordada, rememorada y vencida. Murió en condiciones poco memorables en Uruguay.

Se sabe que llegó a México ahí por los años setenta becada para estudiar en la Universidad Nicolaita de Michoacán. En 1968 durante el enorme movimiento estudiantil que conmovió México ella escribía sus poemas en las máquinas de escribir del movimiento los activistas de su tiempo le quería, le estimaban. El día en que el ejército entró a CU Alcira Soust Scaffo decidió enfrentar la violación de la autonomía universitaria leyendo poesía de León Felipe.

Se sabe que ella permaneció defendiendo la UNAM, su autonomía, a ritmo de poeta español. Sobrevivió de milagro a la represión. Permaneció por varios días en la Torre I de Humanidades al borde de la locura. Ella misma le entregó a José Revueltas un poema que dice “la felicidad será para todos, en un mundo en el que no tendrá lugar el hambre”. Revueltas la recuerda como una persona a la que se le había conglomerado todo en el alma, la guerra en Vietnam, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos y la poesía.

Para Elena Poniatoswska “Alcira Soust Scaffo fue una leyenda insensata y transparente como la llamó José Revueltas. Cuando el Ejército tomó la Universidad el 18 de septiembre de 1968, Alcira, aterrada porque era uruguaya, se escondió en el baño de mujeres y permaneció allí 12 días bebiendo agua.”

Según Salazar Peralta “En el año sesenta y ocho, la noche que el ejército tomó Ciudad Universitaria, Alcira quedó atrapada en un cubículo de la Torre de Humanidades. Contaba Pepe Revueltas que Alcira, desde la ventana de un baño del octavo piso de la torre, miraba cómo estudiantes y profesores eran llevados a punta de bayoneta, algo que su moral y su pánico no toleraba. La leyenda dirá que minutos antes que llegara el ejército, puso el disco de Voz Viva de León Felipe recitando sus poemas por los altoparlantes de la radio comunitaria. Ese episodio de la recepción de los represores convertirá esa pesadilla en una película surrealista, digna de ser filmada por Buñuel. Y permanecerá en esa noche terrible, escribirá una leyenda de poesía de resistencia y se convertirá en una heroína uruguaya que resistió la intervención militar en la UNAM. Estuvo doce días y sus noches encerrada en un baño de la Torre de Humanidades, alimentándose con agua y papel higiénico, hasta que el poeta Rubén Bonifaz Nuño la encontró moribunda. Después de su recuperación escribiría: “Me gané un pueblo y una metáfora”.

José Revueltas le recordó: “al transcribir un poema que le regaló un 23 de diciembre de 1967 fui sentarme junto a Alcira, ante su mesa. Temblaba sufría, no cesaba de llorar era casi alarmante su estado psicológico. Me hizo sufrir también. Desde el inicio del movimiento de 1968 estaba ahí. Le fui a saludar y le recordé del poema que me dio en 1967 y era otra mujer su espíritu se había de nuevo y combatiente.”

Después se convirtió en la mítica Amuleto de Roberto Bolaño la, ni más ni menos, “madre de toda la poesía joven mexicana y del movimiento realviceralista”. Parte central del movimiento infrarrealista que fundó Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro en los años setenta. Ella aparece entre la juventud radicalizada de los años setenta y del movimiento infra. Ella vio el 2666 la novela de Bolaño. Su mirada está en la novela póstuma de Bolaño.

Se conocen pocos poemas de ella. Adictos a la curiosidad de los poetas encontramos el siguiente texto:

Yo quiero amarte como se aman
los que se aman encantando
por todos los caminos del mundo
en el arte tibio
en el arte frío
Yo quiero amarte en las lágrimas
yo quiero amarte en los cantos
en la sonrisa sin límites
como un río ruiselante
Yo quiero amarte en los otros
los que tienen todo
los que no tienen nada
Yo quiero amarte encantando
hacia la luz de una estrella
Alcira Soust Scaffo

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