domingo, 8 de febrero de 2015

VOTAR O NO VOTAR: ¿HE AHÍ EL DILEMA? Y SOBRE EL BOICOT A LAS ELECCIONES EN GUERRERO. DOS POSTURAS PARA REFLEXIONAR

EL MAESTRO ENSEÑA, APRENDE,

 DIALOGA Y CONVENCE CON LA PALABRA

ATENCIÓN A TODOS LOS ACADÉMIC@S DE LA RED DE ACADÉMICOS POR AYOTZINAPA: NOS FALTAN 43 Y DE LA ASAMBLEA DEL PERSONAL ACADÉMICO AQUÍ SE PRESENTAN DOS POSTURAS EN TORNO A LAS PRÓXIMAS ELECCIONES Y QUE POSICIÓN TOMAR. LA IDEA ES APORTAR ELEMENTOS PARA LA REFLEXIÓN. 

Votar o no votar?
Víctor Flores Olea Lunes 23 de febrero de 2015, P. 31
E
n algún intercambio con alumnos de la UNAM, surgió el tema ¿votar o no votar en Guerrero?
Sobre la pregunta, de inmediato hubo una avalancha de respuestas negativas: si la ciudadanía guerrerense ha perdido toda confianza en sus autoridades, como se demuestra claramente en los recientes acontecimientos, incluso trágicos: traición de los alcaldes de Iguala y de las autoridades policiacas de Cocula, si se ha demostrado que el gobernador y sus familiares han estado metidos en el contrabando de drogas y en el lavado de dinero, si se ha hecho claro que las autoridades encargadas de reconstruir las ciudades desbaratadas por las recientes tempestades han aprovechado personalmente esos recursos, si se demuestra que prácticamente representantes de todos los partidos están involucrados en actos ilegales y en una corrupción escandalosa, ¿de qué manera o por qué obligar a la ciudadanía a elegir aotras autoridades sobre las que no se tiene ninguna confianza, o que se descubrirá muy pronto su actividad ilegal o delincuencial?
Y continuaban argumentando: la decisión de no votar, si fuera abundante, ¿no daría una señal inequívoca de que el pueblo de México, al menos los guerrerenses, están ya hasta la madre y absolutamente excedidos por las prácticas ilegales de sus autoridades, de quienes se sienten ya distantes y sin la vocación o necesidad de elegir a otras que seguramente serán lo mismo o muy semejantes a las anteriores? Buena parte de los participantes en estas discusiones lo hacían en tal dirección de rechazo y de llevar a cabo nuevas elecciones, pero de ninguna manera tendrían el apoyo de la gran mayoría.
Otros, también muy abundantes, sostenían que resultaba una locura el simplemente no asistir a las urnas en las elecciones del próximo junio, que en definitiva sería dejarle el campo abierto al PRI, y que después no habría ningún argumento para establecer críticas y querellas, incluso de orden judicial, en contra de las elecciones mismas y de las próximas autoridades. Insistían en que tal estrategia resultaba absurda en la medida en que implicaba una renuncia al ejercicio de los propios derechos y, en el fondo, un abandono vergonzoso del campo político en Guerrero, a pesar de que el PRI parece estar en el origen de los principales problemas actuales. Sí votar, con argumentos de fondo, y luchar por el voto y por el castigo de los funcionarios que se hagan acreedores a alguna pena.
Después de una larga discusión como esa resultaba imposible, por supuesto, que hubiera un acercamiento o un principio de acuerdo entre los dos bandos, con la evidencia para unos y otros de que las posiciones parecían irreconciliables (aproximadamente la mitad de cada lado), entre grupos aproximadamente divididos por mitad. Yo quiero pensar, en cierta forma como testigo principal de la discusión, que el peso mayor de los argumentos lo expusieron, sin embargo, los partidarios del sí, diría con un método más riguroso y racional, en tanto que los partidarios de la negativa asumieron, digamos, una posición fundada sobre todo en razones emocionales. Fuertes los argumentos, pero tal vez menos convincentes.
Por supuesto, más allá de la cuestión planteada, un elemento común de la discusión era el de la profunda desconfianza de unos y otros, de tirios y troyanos, ante las instituciones y poderes públicos, a quienes ven, en todos los niveles, con un gran desapego y desconfianza. Y pienso que, en el fondo, este es el gran problema o la gran crisis por la que atraviesa México. La primera cuestión a resolver en nuestro país, en estos tiempos tan difíciles, es precisamente la de resolver desde la raíz la cuestión de la confianza (al menos una confianza mínima, que se ha perdido), acerca de las autoridades.
Se me dirá con razón que los primeros pasos en tal sentido han de ser emprendidos por las propias autoridades, y que sin ellos resulta imposible cualquier normalizaciónpensada. Tal cosa significa que no deben esperarse pasivamente las señales de tal normalización, sino que deben afirmarse y exigirse militantemente por la ciudadanía entera, es decir, que la reconstrucción sana de la autoridad, para hacerse posible, es también hoy una batalla que debe emprender el gobierno, pero también y sobre todo la ciudadanía, ya que se trata de una de las necesidades más urgentes del país, para restablecer lo más sanamente posible esa relación tan necesaria entre gobernados y gobernantes, pero sobre las bases de una gran transparencia que es su imprescindible fundamento.
Por supuesto, el secreto de esalimpieza y de esa autenticidad de las relaciones entre gobernados y gobernantes tiene un nombre, que es la clave del problema y su secreto profundo: la democracia. Es decir, únicamente sobre la base de una genuina democracia, en funciones efectivas, se podrá resolver de fondo la cuestión anterior, que por eso resulta tan difícil y hasta remota. Porque no sólo se trata de la supuesta democracia de las formas, que también debe existir, sino de una democracia profunda que sicológica y culturalmente haya penetrado no sólo en los individuos de la sociedad, sino en grupos, partidos y órganos de gobierno. Ello significa que no se podrá gobernar ya sobre el orden de las preferencias y las concesiones de privilegios, porque tal cosa penetra y prostituye de inmediato y sin remedio al cuerpo social, haciendo cada vez más difícil su reconstrucción.
La genuina democracia, con todas sus dificultades, resulta hoy, pues, un fundamento y un supuesto imprescindible de cualquier gobierno civilizado, y la guía necesaria para resolver los más graves problemas sociales. Lo cual es imposible en una sociedad con tamañas desigualdades en todos los órdenes, como en México, y con tantas personas y territorios que se agotan en la miseria, en tanto que otros pocos dicen gozar de la riqueza adquirida, por cualquier medio, a veces y hasta por excepción por medios honestos.























































No votar, o anular un sufragio, es un punto para el PRI. 
El Correo Ilustrado. 
Martes 17 de febrero de 2015
M
ás de la tercera parte de los jóvenes mexicanos no simpatizan con los partidos políticos. Todos son iguales, que se vayan todos.
¿Quién nos gobernaría? ¿Los militares? ¿Los sacerdotes? ¿Los empresarios? ¿Los locutores?, ¿Los deportistas?) Esta fue también la consigna de los jóvenes indignadosque formaron el 15M en la plaza de Madrid. Lo peor es que estaban próximas las elecciones y, como un gran número no fue a votar o anularon su voto, favorecieron al partido más reaccionario, represor, antirrepublicano y antipopular de España. Es decir, llevaron a Franco al poder. Con esta experiencia losindignados decidieron formar un partido político: Podemos, el cual, en las últimas elecciones, obtuvo más de un millón de votos y lograron ocupar cinco escaños para expresar: no a los despidos, no a las leyes represoras, no a los desahucios, etc.
Claro que las condiciones son diferentes. Pero no demasiado. Aquí en México, independientemente de los partidos del salinato (PRI, PAN, PRD, Verde) y especialmente el gobierno fallido y sus controlados medios de comunicación, ellos son los responsables de este abandono y esta apatía de los jóvenes, y no los partidos en abstracto o la clase política.
Ese error romántico de dejar la boleta en blanco o poner un letrero cualquiera que nulifique el voto creyendo que conseguirá hacer una denuncia, no será tomado en cuenta por nadie. Simplemente se anotará en los registros: voto anulado (sin ninguna razón al margen). Que quede claro, un voto anulado o un no voto es un voto por el PRI.
Héctor Ortega


Votar o no votar: ¿he ahí el dilema?
Armando Bartra
Foto
Activistas de Guadalajara, Jalisco, promueven en la ciudad de México el voto nulo, en el contexto de los comicios federales de 2009Foto Cristina Rodríguez
U
n presidente mal habido puede legitimarse en el ejercicio, dijo el PAN de Salinas. A la postre vimos que no. En cambio uno dizque promisorio, como Peña, sí pudo colapsarse en dos años de mal gobernar: reformas estructurales milagro que resultaron bolas de humo, economía pasmada, devaluación, inflación, deuda, recortes…; ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, tortura, inocentes en la cárcel, culpables impunes, el narco en la política y la política en el narco…; sobornos millonarios mero arriba, frivolidad, impunidad, mentira, desvergüenza…
A fines de 2014 la renuncia del Presidente se había vuelto la bandera más flameante del movimiento nacional por la vida de los jóvenes de Ayotzinapa. En vacaciones los indoblegables padres, normalistas y maestros de Guerrero endurecieron el activismo y la consigna ¡Fuera Peña! fue dejando paso a ¡No a las elecciones!, cuando menos en ese estado.
Al mismo tiempo personajes principalmente de la izquierda eclesial lanzaban la idea de que corruptas y desfondadas las instituciones, optar por la vía electoral es hacerse cómplice del sistema, cuando de lo que se trata es de refundar México mediante un comité de honorables que impulse un constituyente ciudadano y una nueva Constitución.
Así, una coyuntura que apuntaba a la caída de la administración y a un reacomodo político que abriera paso al cambio de régimen por la combinación de elecciones y movilización social, derivó en un quizá pertinente pero puramente enunciativo cuestionamiento integral del sistema político mexicano, de la democracia comicial y del propio Estado como institución. Radicalización discursiva que paradójicamente dio un respiro a Peña, pues mientras los notables se ponen de acuerdo y refundan el país, el actual gobierno –que estaba contra las cuerdas– se recupera. Y es que irse contra el sistema cuando lo que está cayendo es la administración, es salvar a la administración y darle un segundo aire al sistema.
Necesitamos, sí, constituyente y Constitución nuevos, pero antes necesitamos un gobierno refundador que los posibilite. Como Chávez lo hizo en Venezuela, Correa en Ecuador y Evo en Bolivia. En México hace 100 años la Convención de Aguascalientes no cuajó porque no lo tuvo, en cambio el constituyente de Querétaro contó con el de Carranza y lo rebasó por la izquierda. En 1994 el EZLN propuso nuevo constituyente y nueva Constitución, pero también llamó a elegir un gobierno de transición que los viabilizara.
Lo que hoy está en cuestión no es el papel decisivo de la movilización social, en lo que todas las izquierdas –salvo la moderna– estamos muy de acuerdo, sino el lugar que en el cambio libertario ocupan las elecciones. Y es que algunos llaman a no votar o anular el voto para así desfondar al sistema, mientras otros pensamos que la electoral es parte de una gran batalla cuyo escenario son las calles pero también las urnas y los proyectos de país que ahí se juegan. El problema es que mientras tanto Peña, el PRI y la oligarquía se frotan las manos, pues la abstención o anulaciónrefundacional juega en favor de quienes se ratifican electoralmente gracias a sus clientelas y comprando votos.
Quien no se propone en serio cambiar al mal gobierno y elegir uno bueno se condena a negociar para siempre con el mal gobierno. Uno de nuestros más conspicuos abstencionistas y antiestatistas se la pasó reuniéndose con presidentes y candidatos, exigiéndole inútilmente cosas al gobierno en turno y regañando a la clase política. En cambio uno de los regañados, el presuntamente electorero y estatista López Obrador, prácticamente no habla con políticos profesionales. En cambio lleva 10 años recorriendo el país, dialogando con la gente y creando desde abajo una organización de ciudadanos. Y lo mismo pasa con los movimientos sociales. Aun los más duros tienen que tragar camote y sentarse una y otra vez a negociar con los funcionarios. Sus acciones y dichos pueden ser contundentes, pero inevitablemente reconocen al gobierno, pues deben negociar con él las demandas que los impulsan. Y no por claudicantes, sino por su carácter reivindicativo. En cambio, los movimientos y partidos políticos que buscan un cambio de régimen están obligados a cumplir las reglas del juego electoral, pero fuera de eso no tienen nada que negociar con el gobierno, pues lo que reivindican no es un agravio o un derecho conculcado, sino un nuevo proyecto de país, algo que no se puede negociar con quienes hoy mandan.
Los que vemos en los comicios una de las vías del cambio no fetichizamos las urnas, en cambio los abstencionistas hacen de votar o no la definición política por excelencia. Pero si sufragando por un candidato no cambiamos el mundo, menos lo cambiamos anulando el voto.

Sobre el boicot a las elecciones en Guerrero
Guillermo Almeyra
T
odo lo que pueda ayudar a los oprimidos a autorganizarse e independizarse del Estado y de los órganos de mediación de éste, y todo lo que pueda reafirmar su conciencia crítica y ayudarles en su lucha contra el sistema de opresión, es válido. Una táctica política activa, positiva, sirve además para impedir que un movimiento se desmoralice o desorganice ante la falta de perspectivas y posibilidades de acción o, peor aún, caiga en acciones desesperadas y aventureras y estallidos armados prematuros que podrían serle funestos.
La participación o no en las elecciones convocadas para renovar las instituciones estatales (gobernadores, alcaldes, legisladores) no es una cuestión de principios sino meramente táctica, a pesar de que costó mucho conquistar el derecho al voto y, en las ocasiones en que tiene algún sentido utilizarlo, lo mejor es votar, aunque sea para expresarse con el voto de repudio.
Las elecciones de junio son, para el gobierno, un intento de demostrar una supuesta normalidad democráticapara encubrir la dictadura de una oligarquía sangrienta y corrupta y mantener mal que bien la marcha –desastrosa para los pobres de México– de quienes regalan el país al gran capital financiero y hacen negocios lucrativos por todos los medios lícitos e ilícitos.
En algunos estados no existe aún una fuerza popular suficiente como para rechazar esa maniobra legal y oponerle una alternativa, pero Guerrero, como siempre en su historia, presenta una situación diferente, que legitima y hace posible el boicot a unas elecciones en las que pretenden renovarse o refrendarse los siervos de Los Pinos y los cómplices del terrorismo de Estado y del narcotráfico.
En Guerrero, con las policías comunitarias, con las asambleas municipales, con la unidad creciente de los movimientos sociales para enfrentar a la delincuencia organizada y al caciquismo político-militar, se están organizando las bases de un poder popular incipiente.
Las raíces del mismo se afirman en la historia campesina, a partir de la Independencia, pasando por el socialismo de Acapulco a principios del siglo pasado, y por las luchas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en los años 70, o por las luchas contra el despojo de los madereros. También impulsan las protestas, el descontento, el odio a los asesinos y hambreadores, las políticas neoliberales que desde mediados de los años 80 vienen despoblando y empobreciendo al Guerrero rural y que ahora, en la actual crisis económica, con las resoluciones gubernamentales le darían el tiro de gracia a la agricultura campesina.
Después de Tlatlaya y, sobre todo, de las desapariciones de los normalistas de Ayotzinapa, no sólo los estudiantes y los campesinos, sino también varios otros sectores y sacerdotes rurales se organizan detrás de los padres de los desaparecidos, los cobijan y resguardan, apoyan sus decisiones políticas, que pesan también en las organizaciones y movimientos que se están uniendo y los respaldan.
El llamado a boicotear las elecciones en Guerrero tiene así una base de masas y una dirección en rápida formación. Además, el boicot es una política activa y que organiza, a diferencia de la abstención, que es pasiva y que diluye el voto de protesta en el mar de los indecisos, despolitizados, enfermos y ausentes.
El boicot presupone una campaña para evitar la asistencia a las urnas, el cierre del acceso a las mismas, la negativa a prestar cualquier asistencia electoral y, también y sobre todo, la presentación de una alternativa. O sea, de asambleas municipales, comunales, regionales para elegir auténticos representantes populares, no designados por los partidos sino surgidos directamente de la comunidad en lucha.
Esto diferencia profundamente el boicot propuesto por los padres de Ayotzinapa de la mera abstención propuesta en las dos últimas elecciones generales por el EZLN, que no convenció ni en Chiapas y sólo sirvió para que Calderón ganase por un puñado de votos a su oponente que, pese a sus limitaciones políticas, habría ahorrado a México miles de muertos y desapariciones y la destrucción completa de la legalidad.
Porque el fondo de la cuestión reside en que el boicot a las elecciones en Guerrero sólo es posible y tiene sentido si sirve a la organización del poder popular, desconociendo el poder estatal, sus instituciones, sus instrumentos políticos (como los partidos del régimen). Boicotear sólo es posible construyendo redes de resistencia, politizando y organizando en masa, separando amigos y enemigos a escala nacional.
En este sentido, Morena, que nombró candidatos para Guerrero en buena parte seleccionados entre ex militantes del PRD, un partido palero del PRI, se encuentra en una encrucijada: o apoya a los padres de los normalistas y al movimiento en sus decisiones, optando por la lucha social o, por el contrario, prefiere transformarse en PRD-bis, o sea, en un partido electoral funcional a la política del peor gobierno que jamás ha tenido México. Para Morena no hay vía intermedia ni tergiversación posible, pues decir que presenta candidatos para evitar que los puestos sean ocupados por gente del gobierno, y para denunciar a éste desde ellos, es simplemente ridículo y no convence a nadie, de modo que tampoco acarrea muchos votos a una elección que, a la vista de todos, aparece como una imposición de Los Pinos para dar por acabado el caso Ayotzinapa.
Hay momentos para nadar de muertito y otros en los que es indispensable una posición clara que definirá de una vez por todas el objetivo de una organización política.
Este es uno de ellos. O con la protesta, junto a los valientes padres y madres de los normalistas y el poder popular naciente en Guerrero, o con los alquimistas políticos de PRI-PAN-PRD, los narcos, Washington, el gran capital. Todos deberán elegir su posición.



Nuevamente sobre el boicot electoral en Guerrero
Guillermo Almeyra 

México es uno, pero también son varios. El Distrito Federal no es Nayarit, Michoacán se diferencia de Yucatán. La tardía incorporación histórica a México (como en el caso de Chiapas), la debilidad constante del Estado y la falta de comunicaciones son algunas de las causas de que México, sin ser jamás realmente federal, no llegase tampoco a ser un país centralizado.
Es ridículo, por lo tanto, creer que se trata de un gato gris y que las mismas medidas y tácticas son válidas para cada una de las regiones o estados. Porque de lo que se trata es de ayudar a desarrollar la independencia política y la autorganización de los oprimidos según sus experiencias locales y no de engrosar los votos de un partido aunque en el mismo milite mucha gente valiosa y además sea la esperanza de muchos sectores populares.
Es cierto que en general una gran cantidad de mexicanos se resignan al desastre que les ha caído encima y, cuando mucho, están dispuestos sólo a poner su protesta en la urna. Pero adaptar la propia táctica a eso es seguir oportunistamente un proceso que no se intenta modificar, desconocer que los que osan actuar e innovar crean y difunden conciencia y organización, dan ejemplos y elevan la moral de los demás y siempre modifican la visión estática de los autodenominados realistas.
Después del fraude de 1988 y de los asesinatos de perredistas en el gobierno de Salinas, ¿sólo quedaba esperar la elección siguiente? Los zapatistas, en 1994, con su NO demostraron que era posible oponerse sin ser aplastados, a pesar de su poca fuerza militar, porque reanimaron a los oprimidos y les hicieron dar un salto histórico en su visión de sí mismos.
En el principio no fue el verbo sino la acción. A condición, es obvio, de que la acción corresponda a lo que están haciendo ya centenares de miles de campesinos, comunitarios, indígenas, trabajadores como los guerrerenses. Es decir, autorganizándose, formando cuerpos e instituciones democráticas y comunitarias, autonomizándose, construyendo gérmenes de poder popular.
Sí, pasar del ¡Fuera Peña Nieto! a la consigna pasiva de abstención en todo el país es un gran retroceso. Pero el mismo fue favorecido porque Morena, en contra de la voluntad de luchar por un cambio social de cientos de miles de sus integrantes, quedó entrampado en los esfuerzos por llevar agua al molino electoral. Sí, la abstención es negativa porque aunque casi todo México se abstuviera, bastaría el voto de Peña Nieto y el de unos pocos más para conservarle el poder a la oligarquía. Pero pretender acabar con ese poder mediante elecciones limpias, en México, es igualmente utópico y pasivo. En cambio, el boicot activo a las elecciones y la autorganización de poder popular sobre bases municipales y comunitarias hoy es posible en Guerrero y en parte en Michoacán con sus autodefensas o en Oaxaca con la experiencia de la APPO. ¿Por qué debería subordinarse este proceso a lo más conservador y atrasado en otras partes del país?
Todos los cambios importantes en América Latina no se debieron a que primero se instauró un gobierno democrático sino a que primero fue derribado el gobierno reaccionario por la acción de masas, que hizo posible luego elecciones, el gobierno popular y una Constituyente. En Bolivia fue la guerra del agua y la del gas la que derrocó al presidente y condujo a elecciones limpias y al gobierno de Evo Morales que convocó la Constituyente. Hugo Chávez derrocó al gobierno tras un levantamiento popular conocido como caracazo. No es serio plantear, para reforzar la primacía que tendría la construcción de Morena sobre la autorganización de los oprimidos, que lo que es posible en Grecia con Siryza o en España con Podemos también lo es en México. Ni en Grecia ni en España se han sucedido los fraudes electorales descarados como los de 1988, 2006, 2012. Ni en Grecia ni en España ningún presidente constitucional mató más de 500 cuadros opositores ni carga sobre su conciencia decenas de miles de asesinados y otros tantos desaparecidos. No hay que olvidar además que Siryza pasó del 4 por ciento al casi 36 sobre la base de 10 huelgas generales y de continuas movilizaciones no electoralistas, que Morena no promueve ni apoya activamente.
México, por otra parte, no tiene fronteras con Suiza sino con Estados Unidos, del que forma parte de hecho. Simplemente, el imperialismo y el capital trasnacional que controlan México jamás aceptarán un gobierno democrático salido de las urnas. Sólo podrían ser obligados a tragarse un gobierno popular apoyado por movilizaciones masivas. Morena, si quiere ser útil, no puede inspirarse en los modelos fracasados. En Venezuela, el PSUV no es un partido sino una mera máquina electoral, ya que no tiene vida interna democrática y el ex ministro chavista Navarro está llamando a una rebelión de las bases para salvar la revolución. El PT brasileño tampoco es un partido, por las mismas razones, como lo demuestra su corrupción, y los gobiernos de Brasil o de Argentina están lejísimos de ser modelos para México.
En Guerrero –insisto, en este estado, por ahora–, y allí donde también existan elementos de poder popular, es posible boicotear las elecciones. Boicot no significa sólo no votar sino impedir la votación y sustituirla por medidas superiores, como decisiones de asamblea para todas las cuestiones importantes, policías comunitarias, asambleas municipales que gobiernen, redes de poderes locales que legislen y establezcan otro orden.
En la historia de Guerrero, como en la historia reciente de la APPO oaxaqueña, está presente el intento reiterado de crear poderes populares y autogobernarse. Si en Guerrero el boicot tuviese esas características se extenderá sin duda posteriormente a otras partes del país. Por supuesto, el gobierno fantoche podría militarizar la región y nombrar autoridades que no representen a nadie. Pero el golpe político-moral que sufriría su imagen y el avance de la organización popular serían muy grandes.



Desgaste del sistema electoral. 
La Jornada. Editorial. Sábado 14 de febrero de 2015
E
l presidente de la Conferencia Nacional de Gobernadores, el duranguense Jorge Herrera, se manifestó ayer contra quienes llaman a obstaculizar las elecciones previstas para junio próximo. Exhortó a los partidos políticos a refrendar la confianza en las instituciones e hizo votos por que los comicios se realicen con normalidad y tranquilidad. El mensaje tiene por destinatario claro a las organizaciones que, en el marco de la lucha por el esclarecimiento de los asesinatos y desapariciones de estudiantes normalistas en Iguala en septiembre del año pasado, han exhortado a impedir el proceso electoral en puertas, al que consideran un mero ejercicio de distracción y de legitimación del régimen.
Desde luego, los sectores aglutinados en torno a los padres de los muchachos ejecutados y desaparecidos y a sus compañeros no son los únicos que repudian el formalismo democrático. Otros, sin llegar hasta el llamado al boicot, se manifiestan por ejercer la abstención o el voto nulo como medidas de castigo social para una clase política que ciertamente no está a la altura de los problemas del país, no ha conseguido legitimar su sitio en el modelo representativo ni ha sido capaz de convencer a la población de la eficacia de tal modelo.
Antes de descalificar a quienes rechazan una elección más, sin horizontes concretos ni soluciones a la vista, sería pertinente comprender las motivaciones de esa postura. En este punto debe reconocerse que tanto los comicios presidenciales de 2006 como los de 2012 dejaron un vasto sentimiento de frustración en los ciudadanos y provocaron una severa erosión en los organismos electorales, en la medida en que las instituciones encargadas de supervisar y calificar la limpieza de las campañas y de las elecciones mismas no refutaron en forma verosímil los numerosos cuestionamientos e impugnaciones que tuvieron lugar en ambos procesos.
En el caso concreto de Guerrero, la alternancia PRI-PRD no llevó a desmontar los vicios de la administración local ni acabó con los cacicazgos ni con los mecanismos de corrupción enquistados en la entidad. En términos generales, la incorporación de partidos y figuras nuevas a los poderes ejecutivos y legislativos –federales y locales– no se ha traducido en un cambio perceptible en la orientación de las estrategias oficiales en materia de economía y seguridad.
Por esas razones, un importante sector de la población percibe a la clase política como un conjunto de facciones unidas por el mero interés del poder y sus prebendas y por el afán de obtener impunidad para sus excesos, y no como una diversidad de plataformas políticas y de propuestas de gobierno singulares y contrastadas. En esa perspectiva, la realización de elecciones parece ciertamente un ejercicio de simulación democrática y un ritual de cumplimiento de requisitos constitucionales, y poco sentido puede tener la participación ciudadana en ellas si, comicio tras comicio, permanecen intocados los graves problemas de inseguridad, desempleo, pobreza, pérdida de soberanía, estancamiento económico e impunidad generalizada que prevalecen desde hace décadas.
Si se entiende como expresión de descontentos y malestares profundos y fundados, el extendido ánimo antielectoral prevaleciente debería ser tomado por partidos, funcionarios y políticos como llamada de atención y exhorto urgente a rectificar el rumbo institucional del país, a transitar de una democracia representativa a una participativa y concurrir a procesos electorales con contenidos reales, ligados a las preocupaciones de la sociedad, y no a simples reacomodos internos y recambios de puestos. De otro modo los márgenes de gobernabilidad, de suyo magros, terminarán por agotarse, y tal perspectiva no es deseable ni para la clase política ni para la sociedad en general.


Poco ciudadano es quien sólo vota –o anula su voto– y no participa socialmente, como pobre político es el que sólo se presenta cuando hay elecciones. Por eso un partido-movimiento –Morena en nuestro caso– impulsa sobre todo la organización y movilización que crean poder popular abajo. Pero también llama a sufragar y defender el voto que sin duda tratarán de robarnos. Porque en comités, asambleas y marchas están los más comprometidos, pero es en los comicios donde se pone a prueba la penetración de nuestro proyecto en el conjunto de la población y donde se legitima y defiende democráticamente el cambio justiciero que deseamos.
Quien hace política sólo con los más activos y conscientes pero no se mide en las elecciones, en el fondo cree que la mayor parte de la gente está engañada y no tiene remedio. Quien le saca la vuelta a los comicios por inequitativos y amañados en vez de luchar contra estos obstáculos, es que tiene miedo a las mayorías y temor a esa forma de la democracia. Es un vanguardista social que sólo confía en las iniciativas de las minorías politizadas, o es un vanguardista doctrinario que sobrestima el poder inspirador de sus ideas y la capacidad de convocatoria de unas cuantas personalidades esclarecidas.
Los abstencionistas, los que proponen desertar de las instituciones y refundar el país sacándole la vuelta a los comicios, dicen apoyarse en la experiencia. En realidad van a contraflujo en un mundo donde la crisis sistémica a la que condujo el neoliberalismo está siendo enfrentada exitosamente mediante una combinación de movilizaciones sociales y triunfos electorales que instauran gobiernos progresistas. Acción social de base y también instituciones: un electoralismo movimientista o movimientismo electoral que es crítico de los aparatos y estructuras políticas al uso y quiere refundar países y estados, pero que incluye en la mudanza a los comicios, ámbito insoslayable al que concurren partidos y donde se confrontan proyectos de futuro.
En siete países del Cono Sur de nuestro continente: Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y –con un interregno neoliberal– Chile, los gobernantes que rechazan los designios imperiales y los dictados del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional llegaron al poder mediante una combinación de movimientos y elecciones. Y mediante elecciones se mantienen en él, en el caso de Venezuela durante 16 años. En la Europa mediterránea avanzan formaciones político electorales alternativas y de reciente formación: Syriza, en Grecia, acaba de ganar las elecciones; Podemos, en España, quizá llegue a la Moncloa a fines de este año. Y que no se diga que ahí sí se puede pues hay equidad comicial y aquí no pues hacen trampa, porque en Grecia la campaña de la Unión Europea y los conservadores contra el candidato de las izquierdas fue aún más sucia que las de la oligarquía mexicana y sus personeros contra López Obrador en 2006 y 2012.
Con base en la experiencia global yo pregunto: los nuevos partidos y nuevos políticos vinculados a los movimientos sociales tienen limitaciones y cometen errores, pero son parte de una alternativa ¿sí o no?: ¿el Partido Socialista Unificado de Venezuela con Chávez y luego Maduro, sí?; ¿el Partido de los Trabajadores con Lula luego Dilma en Brasil, sí?; ¿el Movimiento al Socialismo con Evo Morales en Bolivia, sí?; ¿Syriza con Alexis Tsipras en Grecia, sí?; ¿Podemos con Pablo Iglesias en España, quizá sí?; ¿Morena y López Obrador en México, no?...
El siglo XX nos enseñó que por la violencia en algún momento se pudieron tumbar gobiernos antipopulares pero que con violencia y autoritarismo no se hacen las verdaderas revoluciones, es decir los cambios consensuados, progresivos y perseverantes que necesitamos. Lo que llevamos del siglo XXI nos enseña que las mudanzas justicieras incruentas son posibles siempre y cuando seamos capaces de ganar la calle repetidamente y de ganar las elecciones una y otra vez. Y es que los movimientos sociales solos se quedan cortos y los gobiernos progresistas –aun los mejores– están muy acotados. En cambio su combinación es invencible, pues visionaria, como los movimientos y sólida, como los aparatos, sueña con los ojos abiertos, escribe en verso y a la vez en prosa.
Y sí ¡vivos se los llevaron, vivos los queremos!

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