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DIALOGA Y CONVENCE CON LA PALABRA
Javier Valdez, conciencia viva
de la dignidad del pueblo mexicano
Marcos Roitman Rosenmann. La Jornada. Opinión, 27 de mayo de 2017
Un país cuyas
instituciones no funcionan pierde su horizonte histórico y deviene
barco a la deriva. Navega al pairo. El Estado deja de representar el
interés general. Los valores culturales, necesarios para la formación de
una ciudadanía democrática, son subastados en el mercado de las
oportunidades. En su lugar se levanta un mundo infame, se impone la
orfandad ética, la injusticia y la desafección al bien común. Hablamos
de estados controlados por grupos de intereses espurios, mafias, cárteles.
El llamado crimen organizado. El país, una vez en sus manos, se
convierte en territorio en disputa, mandan quienes logran hacerse del
poder bajo la fórmula del terror, las amenazas, los asesinatos, las
violaciones, el chantaje y los secuestros. En estas circunstancias la
paz es una quimera. Sólo existe la guerra de posiciones, la ciudadanía
se desintegra y el pacto social se esfuma. No hay espacio para la
vivencia democrática. Desaparece la confianza, piedra angular de la
articulación de un Estado social de derecho. Sin horizonte y fuera de
control, no hay más opciones que rebelarse, defender con la vida la
dignidad secuestrada. El pacto social queda disuelto. Su gente busca
rehacer la confianza rescatando tradiciones, valores y asentando nuevas
bases de organización social, asumiendo responsabilidades y sabiendo que
una decisión de este calibre puede conducir a la muerte. Pero no hay
otra opción, salvo perder la dignidad y ser un muerto en vida. Javier
Valdez sabía perfectamente las consecuencias de sus actos. Fue
responsable, se comprometió con su pueblo, su gente, su historia, su
familia. No buscaba fama ni pretendía convertirse en mártir. Simplemente
retrataba cómo su ciudad, su estado, su país, al que tanto amaba, se
desintegraban a manos del narcotráfico y autoridades cómplices,
incompetentes, ajenas al sufrimiento de su gente, enriquecidas mientras
amontonaban cadáveres de inocentes, que se negaban a torcer el brazo,
ser vasallos, delatores o sicarios a sueldo.
México, nación cuyo pasado la ubica entre las grandes culturas de la
historia, cuna de revoluciones, luchas democráticas, tierra de hombres y
mujeres orgullosos de ser mexicanos, ha caído en manos de una clase
política irresponsable, corrupta y cobarde. Ha subastado la dignidad a
cambio de migajas. Presidentes, ministros, gobernadores, diputados,
senadores, dirigentes sindicales, militares, policías, jueces, abogados,
empresarios, académicos, etcétera, se han pasado, son parte o conviven
con el crimen organizado. Un complejo trasnacional, cuyos beneficios se
miden en billones de dólares. Sus miembros se sienten impunes,
intocables, protegidos por un poder político que dominan y domestican.
Se ufanan de sus crímenes, de tener bajo sus órdenes a medio país. De
ser los nuevos amos a quienes se les debe respeto. Ellos tienen nombres y
apellidos, no son desconocidos. Participan en las fiestas nacionales,
casan a sus vástagos con la clase política, compran clubes de futbol,
medios de comunicación, son accionistas de bancos. Nada les es ajeno.
Les incomoda ser descubiertos en sus transas, prefieren comprar a los
periodistas díscolos, amenazarlos, hacerles sentir el miedo, vivir la
muerte.
Hacerles frente requiere valentía, honestidad, levantar la
voz. Devolver a México lo que le han robado en forma de dignidad y vidas
humanas. Javier Valdez fue asesinado por levantar la voz, denunciar la
complicidad de quienes tenían la obligación de defenderlo.
La carta escrita por su hijo, Francisco Valdez, es la constatación de
esa vida digna, entregada al oficio del periodista, sin abandonar nunca
las tareas de ser padre, amigo, confidente. Es el relato descarnado de
la historia viva de la conciencia de México. Síntesis desgarradora de no
olvidar, de no perder de vista el significado de su trabajo, de su
entrega, memoria y conciencia, relato sobre el cual se construye la
identidad colectiva de pertenecer a una nación. Ningún mexicano bien
nacido puede desoír el llamado a hacer justicia, sentirse
corresponsable, denunciar, seguir batallando contra la infamia. Javier
Valdez es padre de todos nosotros, representa el sentido ético de la
vida. Condensa los valores que nos hacen seres humanos. En tiempos de
oscuridad su vida irradia luz, ilumina el camino. Bajo circunstancias
adversas ha tomado el relevo, no se dejó amedrentar. Entra al pabellón
de las vidas ejemplares. Por eso su nombre sobrevivirá a estos tiempos
en los que se impone la canalla infame. Javier Valdez marcó posiciones.
No debemos desfallecer, hay que perseverar. Francisco Valdez puede estar
seguro de que sus palabras no caen en saco roto.
No dejemos a mi padre solo. Él ocupa la ayuda de todos. Es todo lo que les pido. Y sí, eso haremos. No lo dejaremos solo (n. del e. no está solo. Ni un@ más).
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