EL MAESTRO ENSEÑA, APRENDE,
DIALOGA Y CONVENCE CON LA PALABRA
La evaluación: ¿vencer o convencer?
Bernardo Bátiz V. La Jornada. Opinión. 26 de junio de 2015.
En el asunto de la evaluación a
los maestros, desde el punto de vista del sistema, desde la óptica del
gobierno y del secretario Chuayffet, no se trata de dar argumentos, de
dialogar y convencer con razones, sino de imponer por la fuerza
llueve o truene, y para ello se usan las armas propias de un sistema autoritario: policías y soldados vigilan los lugares en que se evalúa, rodean, encapsulan y siguen todas las marchas y manifestaciones de los profesores que opinan en forma diferente y hacen oír su voz como les es posible. Se les amenaza con dejarlos sin paga y les echan encima una campaña en contra por radio y televisión, acompañada de voces campanudas de comentaristas y articulistas que califican a los maestros de
vándalos, irresponsables y dañinos a la educación.
Quienes condenan a los maestros dicen defender la que llaman
educación de calidad, que nos llevará al mundo globalizado, nos hará
competitivos. Dicen una y otra vez, en todos los medios de comunicación, que fue un gran éxito, que al primer intento acudió 83.4 por ciento de los que debían evaluarse. Razonan así: se evaluaron muchos, luego entonces, tenemos razón. No es así: acudieron muchos porque están bajo la amenaza de quedar sin empleo, excluidos de la docencia, que es su profesión, y con riesgo de perder su fuente de trabajo. Se sometieron por la amenaza del desempleo.
Eso no es un argumento, es una muestra de que el sistema represor está funcionando.
Una vez, un secretario de Hacienda que había sido profesor de derecho
con cierto prestigio, de apellidos Carrillo Flores, promovió un
impuesto a ojos vistas inconstitucional; sus amigos juristas y
profesores de derecho como él lo fueron a ver para decirle:
Toño, ese impuesto va contra los principios de equidad y proporcionalidad; vas a perder los amparos. “Sí –contestó–, pero ya lo calculamos: hay 400 mil causantes y sólo pedirán amparo unos 200 o 300.”
La misma argumentación se está usando para imponer la dudosa
reforma educativa; muchos acatan por temor, comodidad, cálculo o lo que sea; 83.4 por ciento aceptó la evaluación, dicen, pero eso no la hace justa ni acertada desde el punto de vista pedagógico, ni la convierte en una medida oportuna. Es una imposición y las autoridades sólo son operadores del sistema que se quiere imponer y verdugos de quienes lo critican y resisten.
Conocedores de la materia, estudiosos calificados, como la doctora
Raquel Sosa Elízaga y el maestro Manuel Pérez Rocha, han abundado en
argumentos críticos de la reforma. Han señalado carencias y defectos y
proponen que se rehaga. Las organizaciones de maestros tienen su propio
proyecto, no aceptan que los evalúe un organismo autónomo al que faltan
profesores y profesionales de la educación. Ese organismo representa a
empresarios y usa criterios empresariales para juzgar a cientos de miles
de maestros con situaciones personales, geográficas y sociales muy
diferentes. Como si todo el país fuera igual, proponen un solo examen
para todos. Confunden la educación con una fábrica de salchichas, las
quieren todas iguales y del mismo tamaño y sabor. La realidad en México
es totalmente diferente, somos un mosaico de pueblos y culturas; la
uniformidad de factoría no es aplicable a la educación en México.
Una verdadera reforma debiera empezar por el reconocimiento de
la dignidad de los maestros y de su liderazgo social en sus
comunidades. No son empleados, no son simples asalariados, son
profesionales que prestan un servicio delicado e importante y merecen
reconocimiento. Testificamos un desastre en escuelas y centros de
cultura y los responsables se llenan la boca con su 83.4 por ciento,
como si con eso todo quedara resuelto. Los maestros disidentes, que son
muchos más que los que se ven, defienden a los niños y a los jóvenes al
defender la educación pública y gratuita para todos; se oponen al
intento no confesado pero evidente de privatización de la educación, que
quieren sólo para quien pueda pagarla.
Centros de cultura como el Ollin Yoliztli o escuelas como la
secundaria diurna 51 de la colonia Niños Héroes, abandonada más de
cuatro años, son sólo ejemplo del descuido y abandono en el que se
encuentran por todo el país escuelas y centros de difusión cultural. Por
ahí debieran empezar los celosos perseguidores y críticos de los
maestros: por proporcionar a todos los niños y a todos los profesores
salones de clase luminosos y acogedores, seguros y bien construidos;
espacios para el recreo, bibliotecas, laboratorios y salas de lectura.
Pero no: les preocupa cumplir con lo que llaman pomposamente
parámetros internacionales de calidady en el fondo quieren contar con empleados dóciles y obedientes y no con verdaderos guías de la niñez y la juventud. No tienen argumentos para convencer, sólo tienen el poder para imponer la dichosa evaluación persecutoria. Les faltan, empero, razones y autoridad moral.
México, DF, 26 de junio de 2015.
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