EL MAESTRO ENSEÑA, APRENDE,
DIALOGA Y CONVENCE CON LA PALABRA
La formación de los maestros
Luis Bello Estrada*.
La Jornada. Opinión. Domingo 31 de mayo de 2015
Ninguna sociedad educa para su destrucción, pero la educación tiene
un componente esencial de cambio, de resistencia del status quo. En el
caso mexicano, será la oportunidad de la tan necesaria transformación
estructural de la exclusión imperante.
Hablar de la formación de docentes hoy implica una visión muy triste: la
evidente campaña de desprestigio de un gobierno ilegítimo, la incertidumbre
laboral que propicia el Servicio Profesional Docente (SPD) o la desaparición
forzada de 43 estudiantes de la carrera más afín a la docencia. Hablar de
formación docente implica el escenario más sombrío, el del cierre de las
escuelas normales –hoy admitido por propios y extraños, como el Instituto
Nacional de Evaluación Educativa (INEE)–, las instituciones más adecuadas para
la función docente. Cierre que se fragua desde el poder autoritario y que
vanamente se justifica por la incapacidad para responder a un proyecto
neoliberal de nación, a todas luces inviable y antihumano. Y ahí sí que está la
causa del rechazo, en la capacidad de respuesta de los maestros normalistas para
los extravíos y abusos. En las normales se fragua históricamente la educación
como una acción transformadora.
Hablar como normalista es resistirse a la barbarie. Es, bajo condiciones
adversas, convocarse para enfrentar al status quo, que parece
inamovible; es resistir a la desigualdad que hiere y a la pobreza que lacera. El
normalismo es el reducto del estado de bienestar que considera que ni la
eficiencia ni la optimización, ni la calidad neoliberal constituyen al ser
humano que buscamos en cada hombre. La íntima naturaleza humana no se regocija
ni se satisface con la libertad de explotar a las personas y convertirlas en
objetos de producción y consumo, sino humanizándolas.
El normalismo, a lo largo de sus más de 100 años de existencia, ha vivido
bajo ataque, ha luchado contra el oscurantismo y los cristeros, ha sobrevivido
al SNTE charro y a Elba Esther Gordillo; ha padecido con y por el
pueblo las luchas sociales; se ha aliado con la causa humana por erradicar la
pobreza y la ignorancia. Ha enfrentado al fanatismo del que más de una vez ha
sido su víctima.
La educación de los normalistas por décadas ha formado nación, ha
desarrollado los procesos sociales. El egresado de la normal comúnmente se
responsabiliza de la función más transcendente del Estado: gestar la política en
niños y jóvenes, propiciarles la ética. Por ello el normalismo se entendió antes
–y ahora debe ratificarse– como una profesión de Estado, que poco o nada tiene
que ver con lo exclusivo, con la dependencia del dinero. Pensar de otra manera
es traicionar a la nación.
Hace 3 mil años, el primer maestro de occidente, llamado Mentor, le explica a
Telémaco que lo van a incitar a la violencia y cuando responda lo van a matar,
con ello lograrán poseer a su mamá Penélope y a Ítaca el reino de su papá,
Ulises. Telémaco ya advertido por Mentor, sabe esperar, no cae en la provocación
y salva su vida. Mentor salva la vida del hijo del rey excelente, la ciudad se
libra de usurpadores del trono, viciosos y abusivos. Mentor salva la vida de su
discípulo, pero más bien salva al pueblo de la desgracia. Hoy en día Mentor
difícilmente hubiera sido seleccionado por el INEE para dar clases, sus virtudes
no las evaluaría el instituto. Evidentemente hoy el desarrollo del espíritu para
salvar a la patria o por privilegiar lo humano no forma parte del afán
neoliberal ni constituye ninguna materia de interés en la intrincada malla
curricular del plan 2012.
El educador egresado de las normales es el portador de una tradición que
desarrolla el espíritu con carácter humano, más allá de lo que ninguna otra
oportunidad de formación. En contrasentido, la instrucción y competencia para el
trabajo y la vida y el adoctrinamiento al orden establecido, que se abonan en la
reforma educativa 2013, en la ley general del SPD y la ley del INEE, gestan una
modernidad tradicional, exclusora, marginadora y antidemocrática que propicia en
el país la triste estampa en la que se encuentra.
La modernidad tradicional que padecemos ha buscado con sus instituciones,
también tradicionales, eliminar la educación; ha buscado sustituirla por la
instrucción para el trabajo y el adoctrinamiento; busca la obediencia ciega ante
una estructura social tan resquebrajada como impositiva. Es claro que prevalece
un modelo de producción y reproducción de bienes de mercado, que no tiene
inconveniente en desechar el sentido humano de los estudiantes.
El normalismo tiene una historia de libertad, equidad y solidaridad. Los
docentes de la normal, de entre los cuales formo parte, somos diversos, tenemos
diferentes formas de pensar. Los espacios de diálogo y discusión respetuosa de
las ideas no son lo más común, por ello considero que sólo el acuerdo hacia el
interior nos permitirá como catedráticos entender en conjunto nuestra
problemática y hacer un frente común, organizado y firme para defender la mejor
formación de los nuevos maestros que requiere México.
*Profesor de la Benemérita Escuela Normal Veracruzana
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