EL MAESTRO ENSEÑA, APRENDE,
DIALOGA Y CONVENCE CON LA PALABRA
DIALOGA Y CONVENCE CON LA PALABRA
Maestros y universidad
Hugo Aboites*. La Jornada. Opinión, sábado 11 de junio de 2016
Salvo algunos momentos, las universidades no han
dejado de contribuir de manera muy importante a darle la razón y
argumentos al Imperio, incluso proveyéndolo de armas. El napalm, por
ejemplo, esa sustancia gelatinosa inflamable que produce enormes bolas
de fuego que arrasan con familias y vecindarios enteros, fue concebido y
desarrollado en los laboratorios de la Universidad de Harvard y probada
por primera vez en sus campos deportivos. Pero en otras muchas áreas la
producción de conocimiento ha sido orientada por las necesidades del
Estado y los grandes negocios. Como las simientes, en los años 70, de lo
que después se desplegaría por el mundo con el nombre de neoliberalismo
(Friedman, Universidad de Chicago). A pesar de la autonomía –ese
principio magnífico que mitiga el poder de gobiernos y empresas sobre la
orientación del conocimiento–, nuestras universidades no han escapado
de la fuerte presión por generar innovaciones, productos y razones al
Imperio.
En los 90 se describía, por ejemplo, cómo una universidad mexicana,
pública y autónoma había establecido un acuerdo con la sucursal de una
multinacional que, entre otras cosas, proveía de sistemas a los aviones
de caza, tanques y helicópteros de combate de las fuerzas armadas
estadunidenses. Según este convenio, la universidad facilita,
gratuitamente, investigadores, instalaciones y laboratorios dentro de su
campus. Por otra parte, alguna institución mexicana incluso ha hecho
contribuciones al desarrollo de misiles de combate, sin que sirva de
consuelo que la beneficiada haya sido la Marina Armada de México, y
cientos de universidades participan en convenios con banca Santander
(por conducto de Universia). Además de estos llamativos ejemplos, hay
una miríada de proyectos académico-empresariales-gubernamentales que
sistemáticamente aprovechan las instalaciones y reclutan al personal
calificado de las universidades para campañas de recolección de muestras
de especies de la flora y fauna mexicana destinadas a laboratorios
trasnacionales, asesoran dependencias gubernamentales, hacen análisis e
impulsan programas de estudio diseñados específicamente para determinada
empresa. En suma, un subsidio sistemático de recursos públicos al
ámbito privado. El folleto de una institución llegaba a plantear como
ideal convertirse
en un hotel de cinco estrellaspara albergar proyectos de investigación de grandes empresas.
Se ha creado así una cultura que ha convertido en huésped distinguido
al actor empresarial en la vida universitaria. El problema, sin
embargo, es que una institución pública de educación superior y,
especialmente, una universidad pública y autónoma que es sostenida con
recursos del erario tiene en su ley orgánica un mandato social muy
amplio,
atender a los problemas nacionales, y es claro que éstos no son necesariamente los del Estado o de las grandes empresas. Como muestran claramente los datos y análisis críticos y los airados reclamos de las manifestaciones que vemos en las calles, la enorme mayoría de los mexicanos tiene necesidades y problemas que no se han resuelto ni se resolverán desde la lógica de la ganancia o la del poder.
La vinculación con esos poderes no es un asunto sólo del
subsidio que representa el uso de recursos públicos y universitarios a
los que menos necesitan, sino también en la progresiva adopción de una
visión que acepta que los nuevos conocimientos, la generación de
dispositivos y políticas públicas y hasta la formación de jóvenes
estudiantes son final y principalmente productos para el consumo privado
o estatal, y que por tanto las grandes corporaciones tienen un interés
legítimo y prioritario en determinar sus características. Una visión que
nazca desde el espíritu mismo de la educación superior pública y,
además autónoma y universitaria, va en otra dirección; busca atender los
problemas nacionales también desde la perspectiva de quienes los
sufren. De ahí que declarar
visitantes distinguidosa las maestras y maestros que se manifiestan en la Ciudad de México es una manera real y simbólica de señalar que la visión de quienes sufren y conocen de cerca la situación de las grandes mayorías es la más importante. Provenientes muchos de ellos de las clases populares, encargados de crear condiciones para que se formen millones de niños y jóvenes, los maestros son uno de los sectores con mayor capacidad de entender y manifestar cuál es la situación y problemática del pueblo mexicano a partir, precisamente, de su vivencia en decenas de miles de pequeñas comunidades rurales, las periferias de las ciudades, los barrios pobres de las capitales.
La educación es, reconocidamente, uno de los más graves problemas
nacionales, pero, más grave aún, nos dicen, una reforma educativa que
busca eliminar a quienes son los más fidedignos portadores y mensajeros
de la realidad del país, los maestros. Se busca excluirlos, acosarlos
con evaluaciones y eventualmente expulsarlos –como ya lo fueron de la
Ciudad– también del aula o del empleo. Así será posible sustituirlos,
incluso con egresados de la educación superior capaces de garantizar su
eficiencia en la formación de niños y jóvenes de futuras generaciones
como parte del
capital humanoque demanda reiteradamente Mexicanos Primero.
Para tener una posición respecto de la reforma educativa, las
universidades deben, por lo menos, escuchar a los maestros y
distinguirlos de quienes hoy están dispuestos a arrasar los principios
progresistas que todavía mantiene el tercero constitucional. Son dos
clases distintas en lucha por la educación.
*Rector de la UACM
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