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La muerte de Zapata
José M. Murià. La Jornada. Opinión, 15 de abril de 2017
El domingo 10
de abril de 1919, en la tristemente célebre hacienda de Chinameca del
suriano estado de Morelos, asesinaron a Emiliano Zapata. Tenía 40 años.
Le pusieron un cuatro y se gastaron en él y sus compañeros todo el
parque disponible.
La lírica popular lo recogió así:
Jilguerito mañanero / de las cumbres soberano, / ¡mira en qué forma tan triste / ultimaron a Emiliano!Ahora yace en Cuautla, al pie de un monumento erigido en su memoria, pero su nombre se halla por doquier: calles, plazas, escuelas y ejidos.
Incluso en tierras que Zapata nunca conoció fue tomado su apellido 75
años después para dar nombre a un movimiento de reivindicación
campesina. No es el caso aquí opinar sobre los rebeldes de Chiapas, pero
sí refrendar que se le recordará de tal manera, pues Zapata se ha
convertido en paradigma de la defensa de quienes riegan con su sudor el
medio rural mexicano (EZLN).
El famoso Plan de Ayala, estructurado por Otilio Montaño; el aserto de que
la tierra es de quien la trabaja, que no sabemos dónde lo escribió o lo dijo, se hallan indisolublemente imbricados con su memoria y constituyen la fundación seminal y el precepto primigenio del campesinado.
Ahora bien, vale recordar que la razón verdadera de cualquier
movimiento social no está en quienes lo encabezan, sino en las
circunstancias que lo propiciaron y quienes fueron los principales
causantes de que éstas se produjeran.
Me explico: lo que hace Zapata es ponerse al frente de la
inconformidad morelense, causada por una serie de fenómenos que
comenzaron con la guerra de independencia de Cuba. La destrucción de los
campos isleños puso el precio del azúcar por las nubes, y un grupo de
empresarios de la capital –de apellidos aún sospechosos como Escandón,
Sahagún y Creel– arremetieron contra las propiedades comunales de Tierra
Caliente, propicias para cañaverales y fáciles de comunicar con
Veracruz para la dulce exportación.
Incidir en una sociedad prescindiendo de su historia puede
traer nefastas consecuencias, como fue el caso de Morelos y de la
socioeconomía nacional de hoy.
Desposeído de su tierra, el campesinado fue proletarizado, con un
salario bajísimo, pésimas condiciones de vida y sin posibilidades de
sembrar y cultivar. Su calidad de vida, ya de por sí escasa, disminuyó
todavía mucho más.
En realidad, lo único que hizo Zapata fue pujar por la recuperación
de las tierras que no hacía mucho que habían sido arrebatadas a los
pueblos de su región, con ánimo de que poder volverlas a trabajar y de
arremeter contra el monocultivo azucarero, que encareció enormemente la
vida de todos a cambio de enriquecer a unos cuantos (nada más).
Así recoge un corrido la cuestión:
Estrellita que en las noches / te prendes de aquellos picos, / ¿dónde está el jefe Zapata / que era azote de los ricos?
La verdad es que el zapatismo fue un movimiento local, a cuya
sonoridad y trascendencia contribuyó precisamente que ocurriera en las
inmediaciones de la capital de la República contra empresarios de muy
grueso calibre. Pero de cualquier manera, vale la pena contribuir a la
preservación de su memoria en favor del crecido número de habitantes que
hay en México.
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