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Los desafíos del feminismo
Immanuel Wallerstein. La Jornada. Muindo, 8 de abril de 2017
Los movimientos
feministas y por los derechos de las mujeres extraen su fuerza y sus
argumentos ideológicos de una simple observación. Por todo el mundo y
durante un muy prolongado tiempo histórico las mujeres han sido
oprimidas de múltiples maneras. Existe ahora una enorme literatura que
presenta un espectro muy amplio de puntos de vista tanto de lo que
explica esto y de lo que podría hacerse al respecto.
Simplemente me gustaría explorar aquí cuáles son los puntos tácticos
más importantes no resueltos que el feminismo como movimiento y como
ideología nos plantean a todas las personas implicadas en la lucha
global, que es el rasgo central de la crisis estructural del moderno
sistema-mundo.
Dado que estamos situados en un torbellino de situaciones
constantemente cambiantes que llamamos caos, existen dos diferentes
horizontes temporales acerca de los que debemos tomar decisiones en
cuanto a las alianzas.
1.- En el corto plazo (hasta tres años) es imperativo que nos podamos
defender contra los intentos de empeorar la situación inmediata. Por
ejemplo, hay constantes ataques contra el derecho de las mujeres a
ejercer control sobre sus cuerpos, o ataques que buscan revertir los
logros de las mujeres en relación con las ocupaciones que alguna vez
estuvieron cerradas para ellas.
Luchar contra estos ataques sobre los logros adquiridos no pondrá fin
al patriarcado ni a las desigualdades. Pero es muy importante hacer lo
que podamos en el corto plazo para minimizar el sufrimiento. En esta
lucha de corto plazo cualquier alianza que podamos construir constituye
una ganancia que no podemos desdeñar.
2.- Sin embargo, estas alianzas de corto plazo no hacen más probable que
ganemos en la lucha de mediano plazo que implica remplazar el sistema
capitalista, ya condenado, con uno relativamente democrático y
relativamente igualitario. Y aquí debemos cuidar el hecho de que estamos
construyendo alianzas basadas en objetivos comunes. Para hacer esto
necesitamos discutir más aún lo que deberían ser nuestros objetivos y lo
que podríamos hacer para movernos en una dirección que incline la
balanza hacia nosotros y no hacia quienes desean remplazar el
capitalismo con un sistema cuando menos igual de malo, si no peor, para
todos nosotros, incluidas, por supuesto, todas las mujeres.
Los grupos feministas y de derechos de las mujeres se han
dividido en relación con un número de cuestiones importantes: ¿Cuál es
la relación de largo plazo entre los objetivos feministas y los
movimientos basados en raza, clase, sexualidad y/o las
minoríassociales? ¿Cuál debería ser el papel de los hombres, si acaso, en la lucha por lograr una plena igualdad de género? ¿Cómo podemos lograr una transformación de la subordinación histórica de las mujeres en todas las importantes tradiciones religiosas del mundo?
Cómo podremos contestar a estas preguntas depende en gran parte de
nuestras epistemologías. Tal vez hayamos rebasado el punto en que la
epistemología que nos guiaba era una binaria, de universalismos contra
particularismos. No obstante, el hecho de meramente suscribir el derecho
de todos los grupos de proseguir sus propios particularismos no
responde la pregunta.
El producto final de una visión totalmente particularista de la vida
social sólo puede llegar a la total desintegración de dicha vida social.
Necesitamos pensar a fondo cómo podemos, significativamente, combinar
los valores particularistas con un movimiento global que esté
políticamente a la izquierda. Si fallamos seremos capturados por
aquellos que, en palabras de Di Lampedusa,
cambian todo con el fin de que nada cambie.
Tenemos de 20 a 40 años para afilar una práctica que resuelva este
dilema. Este es el gran desafío que nos plantean el feminismo y los
movimientos por los derechos de las mujeres a todos nosotros. La
opresión de las mujeres es, probablemente, la realidad social conocida
que ha perdurado más. Por tanto proporciona la base más sólida para una
reflexión inteligente, una opción moral y una sabiduría política.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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